giovedì 24 dicembre 2009

Justice in the sight of God



Gdansk, November 4th to 6th, 2005



First of all, I wish to give a heartfelt greeting on behalf of His Eccellency Msgr. Stanisław Ryłko, President of the Pontifical Council for the Laity, and myself to all the participants of this meeting of Presidents of the National Committees of the European Laity Forum. This meeting has as its primary purpose the preparation of the Study Assembly, which will take place in Saarbrücken on May 2006, during the 96th German Katholikentag. The motto of the Study Assembly and the next Katholikentag is the same: “Justice in the sight of God”.



In the Holy Scripture we can find the vision of God regarding justice especially in the book of the prophet Isaiah, who connects the concept of justice of God to holiness. As we read: «But, the Lord of hosts is exalted in justice, and the Holy God shows himself holy in righteousness» (Is 5, 16). In fact, God is the Most holy and all powerful. The divine power however is not arbitrary (cf. CCC, 271). The sanctity of God is manifested to humanity through justice: God rewards those who have done good deeds and punishes the evil doers at the moment of judgement.



The justice of God is not at all in opposition with His mercy toward the repented sinner. In fact, mercy is prior to justice. It is for this reason that we can surely affirm that in God mercy and justice go hand-in-hand to the point of identifying with each other. One cannot be completely understood without the other. In fact, Divine mercy toward humankind expresses the deepest sense of divine justice.



When Christians better understand how God views justice, they can better live the moral virtue of justice. As we read in the Cathechism of the Catholic Church: “Justice is the moral virtue that consists in the constant and firm will to give their due to God and neighbor” (CCC,1807). In order to reach such a goal it is needed to follow the way of charity, that is of love towards God and neighbor, without excluding anyone. In this way, once we are capable of recognizing the Paternal love God has for each one of us, then we will be able of loving others, that is our brothers and sisters giving them whatever is due.



On the upcoming 18th of November we will be celebrating the 40th anniversary of the promulgation of the Decree on the apostolate of the laity Apostolicam actuositatem of the Second Vatican Council. On the topic of Christian animation of the secular world and charitable activity, in chapter 7 and 8 of the decree, on the renewal of the temporal order and charitable word and social aid, we can find some important reflections that merit to be further explored.



In conclusion, I would like to finish by remembering our beloved Pope John Paul II here, in his dear homeland. He was called home by the Eternal Father on the eve of the IInd Sunday of Easter, the Sunday he had instituted as the Sunday of Divine Mercy. From Him we can learn his total trust in the infinite mercy of God, in the awareness that there we can find the very heart of justice. To the intercession of the Servant of God we offer the fruits of this gathering and the following one in Saarbrücken in 2006.





mercoledì 25 novembre 2009

Las asociaciones de fieles. Aspectos canónicos y civiles



Crónica del VIII Simposio Internacional del Instituto Martín de Azpilcueta (Universidad de Navarra)


1. A comienzos de noviembre, durante los días 4, 5 y 6, he tenido la satisfacción de participar en el VIII Simposio Internacional del Instituto Martín de Azpilcueta, en el campus de la Universidad de Navarra, patrocinado por el Centro Académico Romano Fundación (CARF). Las sesiones del Simposio tuvieron lugar en el Aula Magna del edificio de Facultades Eclesiásticas de la Universidad de Navarra.


2. El tema del Simposio de este año, que tiene frecuencia bianual, ha sido “Las asociaciones de fieles. Aspectos canónicos y civiles”. Han participado expertos procedentes de Italia, Portugal, Suiza, Francia y España. Como se lee en el folleto explicativo del Simposio, «las asociaciones de fieles, de variedad multiforme, dan muestra de un considerable vigor en la vida de la Iglesia. La solemne proclamación del derecho de asociación de todos los fieles en el Concilio Vaticano II, así como las nuevas perspectivas abiertas para su desarrollo por la Asamblea conciliar y reflejadas posteriormente en el Código de Derecho Canónico, han hecho posible esta fecunda realidad. En la actividad de estas entidades eclesiales confluyen la iniciativa de los bautizados y la responsabilidad de los pastores. Ante la comunidad política, por su parte, las asociaciones canónicas son manifestación de la libertad de acción de los ciudadanos en el ámbito secular».


3. El Prof. Jorge Otaduy, Director del Instituto Martín de Azpilcueta declaró que estas jornadas pretenden «tomar en consideración múltiples perspectivas, canónicas y civiles, para tratar de ofrecer una panorámica completa y sistemática de este fenómeno». Por su parte, el Prof. José Antonio Fuentes, Presidente del Comité organizador del VIII Simposio afirmaba que «las asociaciones de fieles tienen gran importancia para la Iglesia y para el Estado, pues realizan muchas iniciativas de servicio al bien común» y afirmaba que «en España, muchas actividades sociales y el desarrollo de una variada actividad religiosa dependen de las asociaciones de la Iglesia» y que «sin su responsabilidad e iniciativa no se manifestaría la vida social tal y como la conocemos». Para el Prof. Fuentes, el tema del Simposio ha sido elegido porque «en la Iglesia se valora mucho la libre iniciativa y la responsabilidad de las personas»; por eso hay que «dejar libertad y favorecer esta iniciativa que, a través de diversas asociaciones, desarrolla funciones sociales».


4. En el Acto de apertura del Simposio, celebrado el miércoles 4 de noviembre por la mañana, estuvo presente la Profª. Concepción Naval, Vicerrectora de Profesorado de la Universidad de Navarra, que dirigió unas palabras de bienvenida e introdujo los trabajos del Simposio. A continuación, el Cardenal Arzobispo de Barcelona, el Emmo. y Revmo. Sr. Lluís Martínez Sistach, presentó la conferencia titulada “Las asociaciones de fieles en la vida de la Iglesia”. Hay que destacar que el Cardenal Arzobispo de Barcelona es un experto en este tema. Es autor de la monografía que lleva por título Las asociaciones de fieles, que ha alcanzado cinco ediciones en lengua castellana y ha sido traducida al italiano, al alemán y al inglés. La conferencia de la Profª. Ombretta Fumagalli Carulli, Catedrática de Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico en la Facultad de Derecho de la Universidad Católica del “Sacro Cuore” de Milán, versó sobre “El derecho de asociación en la Iglesia”. Con la intervención del Sr. D. Fernando Lozano Pérez, titulada “Intervención de la autoridad eclesiástica en las asociaciones de fieles”, concluyó la sesión matutina del primer día del Simposio. D. Fernando es el actual Secretario Técnico de la Junta Episcopal de Asuntos Jurídicos de la Conferencia Episcopal Española. Es también Profesor de Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Comillas.


5. La sesión vespertina se inició con la intervención de la Sra. Dña. Ana Álvarez de Lara, Secretaria Nacional de Manos Unidas, con el título “Asociaciones canónicas y acción social de la Iglesia: la realidad de Manos Unidas”. Manos Unidas es una asociación nacional de fieles que ha cumplido cincuenta años de existencia y trabaja en la erradicación de la pobreza y el hambre, inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia. Entre sus proyectos destacan los relativos a la educación, la sanidad, la agricultura y la promoción social de la mujer. A continuación, el Prof. Jesús Bogarín Díaz, Profesor titular de Derecho Eclesiástico del Estado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Huelva, presentó la conferencia “Eficacia civil de los actos administrativos canónicos en materia de asociaciones”.


6. La mañana del segundo día del Simposio, 5 de noviembre, registró tres intervenciones. La Profª. Carmen Garcimartín, Profesora titular de Derecho Eclesiástico del Estado en la Facultad de Derecho de la Universidad de La Coruña presentó el tema “Cuestiones registrales relativas a las asociaciones canónicas”. La Profª. Carmen Peña, Profesora de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Pontificia de Comillas disertó sobre “El Derecho particular de España sobre las asociaciones de fieles”. Finalmente, la Dra. María Areitio, de la Asociación Misionera Servidores del Evangelio de la Misericordia de Dios conferenció acerca del “Derecho de asociación y vida consagrada”. Al inicio de la tarde me correspondió tratar de las “Asociaciones internacionales de fieles”. Mi exposición se dividió en estos cinco temas: La dimensión internacional del fenómeno asociativo en la Iglesia; Las organizaciones internacionales católicas y el Directorio de 1971; La nueva época asociativa de los fieles laicos y la nueva legislación de la Iglesia; ¿Una ley especial para los movimientos eclesiales? y Asociaciones internacionales e Iglesias particulares. Seguidamente, el Prof. Arturo Cattaneo, Profesor en la Facultad de Derecho Canónico San Pío X de Venecia, trató sobre las “Cuestiones canónicas planteadas por los nuevos movimientos eclesiales”. El Prof. Cattaneo dedicó su intervención a considerar las principales características de los movimientos eclesiales, así como algunas cuestiones específicas, como la incardinación de los sacerdotes en los movimientos eclesiales y la pertenencia de miembros Institutos de vida consagrada o de Sociedades de vida apostólica.


7. La mañana del último día se inició con la ponencia del Prof. Jesús Miñambres, Profesor de Derecho Patrimonial Canónico de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, acerca del “Régimen patrimonial de las asociaciones canónicas”, a la que siguió la del Prof. Miguel Rodríguez Blanco, Catedrático de Derecho Eclesiástico del Estado en la Facultad de Derecho de la Universidad de Alcalá de Henares, sobre "Medidas de fomento y promoción en materia de asociaciones: régimen fiscal y mecenazgo". Finalmente el Prof. Juan González Ayesta, Profesor de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra y Vocal del VIII Simposio, sintetizó los principales temas tratados durante las jornadas. El Simposio finalizó con unas palabras del Prof. Jorge Otaduy, Director del Instituto Martín de Azpilcueta.


8. Considero muy enriquecedora mi participación en este Simposio por los temas que se abordaron acerca de las asociaciones de fieles, así como por el alto nivel científico de las intervenciones que escuché. Confío en que las actas del Simposio puedan publicarse lo antes posible, para que estén a disposición tanto de los especialistas en esta materia, como de todas las personas interesadas en estas cuestiones.


domenica 18 ottobre 2009

L’inserimento dell'Unione dell'Apostolato Cattolico nella Chiesa


Grottaferrata, 29 dicembre 2005



1. Introduzione

Desidero, innanzi tutto, rivolgere a tutti i partecipanti di questa I Assemblea generale dell’Unione dell’Apostolato Cattolico, radunatasi qui a Grottaferrata nel Centro di Spiritualità San Vincenzo Pallotti, un cordiale saluto a nome di Sua Eccellenza Mons. Stanisław Ryłko, Presidente del Pontificio Consiglio per i Laici, a cui volentieri mi unisco. Saluto anche i membri del Consiglio di Coordinamento Generale attuale e i Presidenti dei Consigli di Coordinamento Nazionali, che prendono parte a questo incontro con lo specifico compito di eleggere un nuovo Consiglio di Coordinamento Generale.

Il tema che mi è stato affidato: “L’inserimento dell’Unione dell’Apostolato Cattolico nella Chiesa”, è senza dubbio un argomento molto interessante sia dal punto di vista teologico che canonico. Vorrei chiarire però, sin d’ora, che l’utilizzo del termine “inserimento” può rivelarsi per certi versi equivoco, dato che l’Unione dell’Apostolato Cattolico è stata già inserita nella Chiesa con il decreto del 28 ottobre 2003, con il quale il Pontificio Consiglio per i Laici ha eretto l’Unione in associazione pubblica internazionale di fedeli. È per questo motivo che, a mio giudizio, l’espressione “inserimento” non è del tutto adeguata. Se per inserimento si volesse intendere “l’integrazione”, o “l’adattamento”all’interno delle singole Chiese particolari dei membri di associazioni e movimenti ecclesiali già riconosciuti dall’autorità competente della Chiesa, tale espressione non renderebbe giustizia a questi fedeli, che già da tempo vivono la propria fede e operano con senso di comunione nelle rispettive Chiese particolari. Ancor meno sarebbe appropriato l’ uso di questo termine se con esso si volesse indicare l’inclusione nelle Chiese particolari dei diversi carismi elargiti dallo Spirito Santo alla Chiesa, come se tali carismi fossero qualcosa di accessorio o secondario da incorporare in un insieme di per sé già completo.

Parlando di inserimento, in questa sede, ci si riferisce senza dubbio all’inserimento nella Chiesa particolare di una determinata realtà di origine carismatica, ma vorrei precisare che ciò a cui mi riferisco utilizzando questo termine è più specificamente lo spiegamento di tutte le virtù che possiede in sé un carisma al servizio dei membri del Popolo di Dio.


2. Storia dell’Unione, carisma e istituzione nella Chiesa

Vorrei offrirvi alcuni spunti di riflessione che possano esservi utili non solo per i lavori congressuali, ma anche per l’avvenire. A tal fine ritengo opportuno ritornare alle origini e all’identità dell’Unione dell’Apostolato Cattolico. Per questo mi avvarrò della bellissima biografia San Vincenzo Pallotti, romano, pubblicata nel 2004 da don Francesco Amoroso, SAC, e in particolare del capitolo 9, intitolato “Genesi e ampiezza dell’apostolato del Santo”, dedicato alla nascita dell’Unione1. Bisogna rilevare innanzi tutto che essa è, sopra ogni cosa, frutto del grande amore di San Vincenzo Pallotti verso Dio. L’apostolato del cristiano è, infatti, secondo il santo, la logica conseguenza di un intenso amore per Dio, che è al contempo amore per le anime. San Vincenzo, fortemente convinto che il cristiano abbia il dovere di cercare una profonda identificazione con Gesù Cristo, considerava l’apostolato «la continuazione dello stesso apostolato di Gesù Cristo»2.

Nel 1835 si concretizza ufficialmente una realtà che già da tempo esisteva nel cuore di San Vincenzo Pallotti. Sin dalla sua nascita, l’Unione si delinea come un’aggregazione a cui possono aderire laici, uomini e donne, sacerdoti secolari e religiosi. Significativa è, pertanto, la presenza di fedeli di questi tre stati di vita. Tra i membri della “prima ora” spicca la figura di Giacomo Salvati, un commerciante romano che, insieme alla sua famiglia, fu un fedele collaboratore di san Vincenzo nella guida delle prime opere dell’Unione. Certamente non mancò un valido sostegno anche da parte di molte donne come Maddalena Salvati, moglie di Giacomo, e sua figlia Camilla, Elisabetta Cozzoli, Elisabetta Sanna, e molte altre. Con il passare degli anni, nascono in seno all’Unione una Società di vita apostolica, oggi denominata Società dell’Apostolato Cattolico, due Istituti religiosi femminili (la Congregazione delle Suore dell’Apostolato Cattolico e la Congregazione delle Suore Missionarie dell’Apostolato Cattolico), oltreché numerose comunità destinate a fedeli laici di ogni stato di vita e condizione sociale.

Nel 2005 si celebra il 170° anniversario della fondazione dell’Unione. Senza dubbio questa ricorrenza è una preziosa opportunità per ringraziare il Signore, come pure per approfondire la missione di questa realtà ecclesiale, che ebbe inizio per ispirazione divina. Nel Catechismo della Chiesa Cattolica leggiamo: «Straordinari o semplici e umili, i carismi sono grazie dello Spirito Santo che, direttamente o indirettamente, hanno un’utilità ecclesiale, ordinati come sono all’edificazione della Chiesa, al bene degli uomini e alle necessità del mondo» (n. 799). Un carisma, pertanto, è una grazia speciale (gratia gratis data), diversa dalla grazia santificante (gratia gratum faciens), che lo Spirito Santo elargisce non solo per la santificazione di una comunità di fedeli, ma anche per il bene comune dell’intera comunità ecclesiale.

È interessante osservare che San Tommaso d’Aquino, nelle sue opere, non adopera il termine “carisma”, ma utilizza, in sua vece, l’espressione gratia gratis data, che è la grazia mediante la quale l’uomo aiuta un’altro uomo a tornare a Dio. Questa grazia non si concede per la santificazione della persona che la riceve, ma per cooperare alla santificazione degli altri (Sum. Th., I-II, q. 111, a. 1, resp.).

Nei diversi documenti del Concilio Vaticano II, di cui l’8 dicembre scorso abbiamo celebrato in modo solenne il 40º anniversario della sua conclusione, viene messa in luce l’importanza dei carismi nella strutturazione della Chiesa e nella sua missione3.

Riprendendo gli insegnamenti conciliari, nell’Esortazione apostolica post-sinodale Christifideles laici, Giovanni Paolo II ebbe a scrivere che «i carismi vanno accolti con gratitudine: da parte di chi li riceve, ma anche da parte di tutti nella Chiesa. Sono infatti, una singolare ricchezza di grazia per la vitalità apostolica e per la santità dell’intero Corpo di Cristo: purché siano doni che derivino veramente dallo Spirito e vengano esercitati in piena conformità agli impulsi autentici dello Spirito» (n. 24). Questo duplice ringraziamento per i carismi, che riguarda sia coloro che li ricevono in un modo più diretto, sia tutti i membri del Popolo di Dio, è il punto di partenza del cosiddetto “inserimento” nelle Chiese particolari di quelle realtà che hanno origine da uno specifico carisma.

È certamente competenza dell’autorità ecclesiastica esaminare l’autenticità dei carismi e garantire il loro uso ordinato nella Chiesa. Questo compito si può denominare “discernimento”, o anche “accompagnamento”. In ogni caso, l’autorità della Chiesa ha sempre il grave onere di non spegnere lo Spirito, ma di vagliare ogni cosa e preservare ciò che è buono (1 Tes 5, 19.21).

In seguito al Concilio Vaticano II, e persino prima, si è scritto molto circa il rapporto esistente tra carisma e istituzione nella Chiesa. Alcuni autori ritengono che ci sia una presunta incompatibilità tra la dimensione istituzionale e la dimensione carismatica, adducendo che la spontaneità del Popolo di Dio prevale sull’istituzione, la quale invece tende a opprimere l’azione dello Spirito nella Chiesa.

Gérard Philips (1899-1972), teologo belga che partecipò attivamente all’ultimo Concilio ecumenico, scrisse nel suo trattato sulla Chiesa: «I servizi gerarchici e i doni puramente carismatici si completano reciprocamente. Quando l’esercizio del ministero si allontana troppo dallo Spirito, si affacciano minacciosi l’irrigidimento e la sterilità. Ma quando il carisma si rivolta contro l’autorità siamo sull’orlo dell’abisso, dove regna il disordine, l’illuminismo e la confusione»4. Una valutazione spassionata e obiettiva di queste parole, scritte quasi quarant’anni fa, ci rivela quanto siano vere!

Nel 1998, l’allora Cardinale Joseph Ratzinger volle sottolineare che la contrapposizione dualistica tra la dimensione istituzionale e la dimensione carismatica all’interno della Chiesa descrive in modo insufficiente la realtà stessa della Chiesa. Trattando il tema del sacramento dell’Ordine, egli affermava che il sacro ministero deve essere inteso e vissuto carismaticamente. Il sacerdote dev’essere un homo spiritualis, che si lascia trascinare dallo Spirito Santo5, e aggiungeva: «là dove il ministero sacro sia vissuto così, pneumaticamente e carismaticamente, non si dà nessun irrigidimento istituzionale: sussiste, invece, un’interiore apertura al carisma, una specie di “fiuto” per lo Spirito Santo e il suo agire. E allora anche il carisma può nuovamente riconoscere la sua propria origine nell’uomo del ministero, e si troveranno vie di feconda collaborazione nel discernimento degli spiriti»6.

Alla luce di queste parole, ritengo che il compito delle Chiese particolari nel processo di inserimento di un carisma, consista proprio nell’aiutare i propri membri, sacerdoti e laici – tenendo conto che i religiosi hanno già un carisma dato – a vivere la propria vocazione cristiana pneumaticamente, cioè in un modo aperto allo Spirito. Questa sarà sempre una sfida per tutti i carismi.

Va evidenziato che i carismi hanno bisogno di una struttura giuridica determinata. Tale struttura dovrà essere una configurazione adatta alla natura propria del carisma, che possa favorire il suo inserimento nel tessuto ecclesiale e il suo sviluppo futuro. D’altro canto, non bisogna perdere di vista che questa struttura non si identifica con il carisma stesso, ma si limita ad essere semplicemente una veste. In altre parole, il migliore vestito, nonostante sia stato confezionato su misura della persona che lo indossa, non è la persona stessa, ma si limita a vestirla. Questa è la valenza e, allo stesso tempo, il limite della missione di qualsiasi istituto giuridico nei confronti di un carisma.


3. Chiesa universale, Chiese particolari, associazioni internazionali, «communio»

Le associazioni internazionali di fedeli, sia pubbliche che private, costituiscono certamente una concreta manifestazione della dimensione universale e, al contempo, particolare della Chiesa. La mutua interiorità che esiste tra queste due dimensioni della Chiesa può essere descritta in questo modo: la presenza del “tutto” (Chiesa universale) nella “parte” (Chiesa particolare), essendo quest’ultima parte del “tutto”.

Tutte le associazioni internazionali di fedeli sono nate in seno a una determinata Chiesa particolare. Così come l’Unione è nata nella Diocesi di Roma. Nonostante questo, le realtà aggregative internazionali sono chiamate, per loro natura, a estendersi ad altre Chiese particolari come conseguenza dello spirito apostolico che anima i loro membri, spirito che è manifestazione dell’apostolicità della Chiesa. Le associazioni internazionali di fedeli sono realtà della Chiesa universale che, rivelando la dimensione internazionale della loro missione, si fanno presenti nelle singole Chiese particolari, sviluppando un’azione ecclesiale inter-diocesana.

In passato, questo tratto comune delle associazioni internazionali di fedeli è stato l’origine di alcuni contrasti con gli Ordinari diocesani. A questo proposito, bisogna riconoscere che la Chiesa ha già conosciuto nella storia situazioni simili che, peraltro, hanno coinciso con momenti di grande rinnovamento ecclesiale. Basti pensare alla cosiddetta polemica bassomedievale sorta in seno all’Università di Parigi nel XIII secolo, a cui presero parte San Tommaso d’Aquino e San Bonaventura da Bagnoregio, che ebbe come protagonisti il clero secolare e gli emergenti Ordini mendicanti (francescani e domenicani). Punto nevralgico di questa polemica, i privilegi concessi dai Romani Pontefici ai religiosi appartenenti ai suddetti ordini, i quali avevano ottenuto il consenso di predicare e di confessare liberamente in tutta l’Europa7. Dopo sette secoli, questa controversia appare ai nostri occhi senz’altro superata. È da auspicare, dunque, che anche gli eventuali contrasti riguardanti l’esercizio dell’apostolato nelle Chiese particolari da parte dei membri di associazioni internazionali di fedeli vengano anch’essi superati. A tal fine, un’aiuto ci viene dalla nozione di comunione. La communio, intesa in questo caso come communio fidelium, ossia come l’unione di tutti i battezzati in ordine alla consecuzione del fine ultimo della Chiesa, si trova alla base di tutti i rapporti ecclesiali e costituisce il criterio ermeneutico per conseguire un rapporto adeguato tra unità e pluriformità nella Chiesa, aspetti centrali della comunione ecclesiale8.

La comunione nella Chiesa non è una nozione teologica astratta e, tanto meno, un luogo comune, ma trova delle applicazioni concrete nella vita della Chiesa. Nella Lettera Communionis notio, si legge: «Per una visione più completa di questo aspetto della comunione ecclesiale – unità nella diversità – è necessario considerare che esistono istituzioni e comunità stabilite dall’autorità apostolica per peculiari compiti pastorali. Esse in quanto tali appartengono alla Chiesa universale, pur essendo i loro membri anche membri delle Chiese particolari dove vivono e operano. Tale appartenenza alle Chiese particolari, con la flessibilità che le è propria, trova diverse espressioni giuridiche. Ciò non solo non intacca l’unità della Chiesa particolare fondata nel Vescovo, bensì contribuisce a dare a quest’unità l’interiore diversificazione propria della comunione» (n. 16).

Le associazioni internazionali di fedeli non possono essere considerate realtà “forestiere” all’interno delle Chiese particolari, proprio perché i loro membri sono fedeli delle Chiese particolari dove vivono e operano. In quanto espressioni canoniche dei carismi, le associazioni di fedeli attualizzano il mistero della Chiesa in seno alle Chiese particolari e costituiscono «elementi al servizio della comunione tra le diverse Chiese particolari» (Lettera Communionis notio, n. 16).

Nella Lettera apostolica Novo millennio ineunte, il Servo di Dio Giovanni Paolo II sottolinea la rilevanza che ha, per il raggiungimento di questa comunione, «promuovere le varie realtà aggregative, che sia nelle forme più tradizionali, sia in quelle più nuove dei movimenti ecclesiali, continuano a dare alla Chiesa una vivacità che è dono di Dio e costituisce un’autentica “primavera dello Spirito”» (n. 46/d).


4. Unità con i Pastori, sintonia ecclesiale

La comunione nella Chiesa comporta sempre l’unità affettiva ed effettiva intorno al Vescovo diocesano, a lui compete il discernimento e l’accompagnamento dei carismi, nonché il coordinamento delle diverse forme di apostolato nella Chiesa particolare (Decr. Christus Dominus, n. 17/a). Le associazioni di fedeli devono, secondo il carisma loro proprio e le loro possibilità, collaborare ai progetti pastorali intrapresi nella Chiesa particolare. Questo non significa che tutti i membri della Chiesa particolare devono operare nello stesso ambito e nel medesimo modo. I fedeli, infatti, possono edificare la Chiesa anche vivendo un determinato carisma. Dunque, la pluralità di ministeri, di carismi e di forme di vita non ledono affatto l’unità della Chiesa particolare, al contrario, la arricchiscono.

Ritengo utile citare, a questo proposito, le parole che Papa Giovanni Paolo II scrisse nell’enciclica Redemptoris Missio circa l’inserimento dei movimenti ecclesiali nelle Chiese particolari: «Ricordo, quale novità emersa in non poche Chiese nei tempi recenti, il grande sviluppo dei “Movimenti ecclesiali”, dotati di dinamismo missionario. Quando si inseriscono con umiltà nella vita delle Chiese locali e sono accolti cordialmente da Vescovi e sacerdoti nelle strutture diocesane e parrocchiali, i Movimenti rappresentano un vero dono di Dio per la nuova evangelizzazione e per l’attività missionaria propriamente detta. Raccomando, quindi, di diffonderli e di avvalersene per ridare vigore, soprattutto tra i giovani, alla vita cristiana e all’evangelizzazione, in una visione pluralistica dei modi di associarsi e di esprimersi» (n. 72/a).
Di conseguenza, come ci insegna Giovanni Paolo II, l’inserimento di una realtà carismatica in una Chiesa particolare consiste proprio nella diffusione di quel carisma in uno spirito di umiltà. Manifestazioni di questo spirito di umiltà sono l’unione con il Vescovo diocesano; l’apprezzamento delle altre realtà presenti nella Chiesa particolare – evitando qualsiasi forma di autoreferenzialità –; lo spirito di servizio e di collaborazione con gli altri fedeli che vivono la vita cristiana secondo altri carismi o altre forme di impegno ecclesiale; etc.

Le associazioni internazionali di fedeli vengono approvate dalla Santa Sede, ma questo non significa che esse dipendono esclusivamente dal Vescovo di Roma. Bisogna tener presente che i membri di queste associazioni svolgono la loro azione nelle Chiese particolari dove hanno il proprio domicilio e, pertanto, sono sottoposte alle disposizioni emanate dall’Ordinario diocesano. Il can. 305, § 2 del Codice di Diritto Canonico stabilisce che sono soggette alla vigilanza dell’Ordinario del luogo le associazioni diocesane e le altre, cioè, quelle di ambito nazionale e internazionale, in quanto svolgono il proprio ruolo nella diocesi. Dunque, spetta agli Ordinari del luogo assicurarsi che in esse venga conservata l’integrità della fede e dei costumi e vigilare affinché non ci siano abusi nella disciplina ecclesiastica. Nell’espletamento di questo compito, l’Ordinario del luogo può visitare le associazioni a norma del diritto e degli statuti (CIC, can. 305, § 1).

Il riconoscimento di un’associazione internazionale di fedeli da parte della Santa Sede non esime i Pastori della Chiesa da un giudizio circa l’eventualità di concedere il consenso affinché tale associazione possa operare nelle rispettive Chiese particolari. A tale proposito, è necessario però tener presente che il discernimento globale sull’ecclesialità dell’associazione è già stato compiuto a livello della Chiesa universale nel momento dell’approvazione degli statuti da parte della Santa Sede.


5. L’Unione come famiglia di diversi stati di vita, «nuova evangelizzazione» e formazione

Una caratteristica particolare dell’Unione è il fatto che essa si presenta come una compagine composta dai tre stati di vita: laici, sacerdoti e religiosi. Queste diverse modalità di vita ecclesiali rispondono organicamente, in ragione del carisma che le accomuna, alla medesima missione apostolica che si prefigge l’Unione. In un suo recente discorso, il Santo Padre Benedetto XVI, rivolgendosi a un gruppo di Vescovi polacchi in visita ad limina Apostolorum, augurava «che un’armoniosa collaborazione di tutti gli stati di vita nella Chiesa (...) produca frutti di trasformazione del mondo nello spirito del Vangelo di Cristo»9.

La partecipazione allo stesso carisma dei tre stati di vita nella Chiesa presuppone altresì una chiara distinzione tra essi, in base alla natura propria di ogni stato, al fine di evitare qualsiasi confusione a discapito di ognuno di essi. In questo senso, i documenti del Concilio Vaticano II sono un preciso punto riferimento, in quanto delineano la fisionomia propria della vocazione dei laici, dei sacerdoti e dei religiosi. Anche Giovanni Paolo II, durante tutto il suo pontificato, ha chiaramente ammonito a guardarsi bene dall’assumere atteggiamenti che conducono alla “clericalizzazione” dei laici, come pure alla “secolarizzazione” dei sacerdoti e dei religiosi.

In questi primi otto mesi del suo pontificato, Benedetto XVI ci ha prospettato un grande compito: quello della trasmissione della fede, compito che al giorno d’oggi in molti paesi, anche in quelli di antica tradizione cristiana, diventa un vero e proprio primo annuncio della fede. Giovanni Paolo II chiamò questo impegno la «nuova evangelizzazione», alla quale sono chiamati tutti i cristiani.

A tal fine, i fedeli hanno bisogno di una costante e intensa formazione. Benedetto XVI ha richiamato alla necessità di uno studio approfondito, indicando come strumenti insostituibili il Catechismo della Chiesa Cattolica, promulgato nel 1992, e il Compendio del Catechismo della Chiesa Cattolica, pubblicato quest’anno. Oltre a questa formazione cristiana, la formazione specifica nel carisma dell’Unione diventa un dovere fondamentale sia per i suoi membri sia per le persone responsabili di questa formazione.


6. Maria, Regina degli Apostoli

Nella casa generalizia della Società dell’Apostolato Cattolico a Roma si trova un dipinto di Serafino Cesaretti, pittore e incisore italiano dell’ottocento. Il quadro rappresenta la Pentecoste nel cenacolo di Gerusalemme. Al centro è raffigurata la Madonna circondata dagli Apostoli inginocchiati. In primo piano, a destra, c’è San Pietro; San Giovanni è a sinistra. Accanto a Maria ci sono due donne. Tutti sono in posizione orante e sulla testa hanno una lingua di fuoco che simboleggia lo Spirito Santo che scende su di essi. Quest’opera esprime in modo molto adeguato il carisma ricevuto da San Vincenzo Pallotti, in quanto è «Maria, dopo Gesù, il più perfetto modello del vero zelo apostolico perché Ella, sebbene non fosse sacerdote, pure superò nel merito gli Apostoli, tanto che la Chiesa la saluta Regina degli Apostoli»10.

Sin dalle origini, il santo affidò l’Unione alla Regina degli Apostoli, e la mise sotto la sua protezione materna. È per questa ragione che Maria è considerata la patrona dell’Unione. All’intercessione di Colei che ha accompagnato gli Apostoli nei primi tempi della Chiesa affidiamo i frutti di questa I Assemblea generale dell’Unione, affinché accompagni sempre i suoi membri nel compito di guadagnare molte anime a Cristo.









1 Cfr. F. AMOROSO, San Vincenzo Pallotti, romano, Roma 2004, pp. 101-117.
2 OOCC, III, p. 175 (citato da F. AMOROSO, San Vincenzo Pallotti, romano, o.c., p. 105).
3 Cfr. LG, 4, 7, 12 e 30; AA, 3 e 30; PO, 9.
4 G. PHILIPS, La Chiesa e il suo mistero. Storia, testo e commento della Costituzione «Lumen Gentium», Milano 1993, p. 162.
5 Cfr. J. RATZINGER, I movimenti ecclesiali e la loro collocazione teologica, in I movimenti nella Chiesa. Atti del Congresso mondiale dei movimenti ecclesiali, Roma, 27-28 maggio 1998, Città del Vaticano, 1999, pp. 25-28.
6 Ibid., p. 29.
7 Cfr. Ibid., pp. 41-43. Per uno studio teologico-giuridico di questa polemica, cfr. C. TAMMARO, Appunti sulla natura e struttura del rapporto di giurisdizione tra pastore e fedeli nella tradizione evangelica e nella dottrina teologico-canonica medievale, in «Fidelium Iura», 14 (2004), pp. 161-182.
8 Cfr. SINODO DEI VESCOVI, Relazione finale Ecclesia sub verbo Dei mysteria Christi celebrans pro salute mundi, II, C, 1, 7-XII-1985, in «Enchiridion Vaticanum», vol. 9, n. 1801; CONGREGAZIONE PER LA DOTTRINA DELLA FEDE, Lettera «Communionis notio», 28-V-1992: AAS 85 (1993), pp. 838-850.
9 BENEDETTO XVI, Discorso al secondo gruppo di Vescovi della Polonia in visita «ad limina Apostolorum», in «L’Osservatore Romano», 4-XII-2005, p. 5.
10 OOCC, I, pp. 6-7 (citato da F. AMOROSO, San Vincenzo Pallotti, romano, o.c., p. 117).

mercoledì 23 settembre 2009

Il ruolo dei fedeli laici nella Chiesa



Tavola rotonda
6 marzo 2004
 
 
1. Desidero, inanzi tutto, ringraziare Sua Eminenza il Cardinale Giovanni Cheli dell’invito che ha rivolto al Pontificio Consiglio per i Laici, sollecitando la partecipazione di uno dei suoi membri a questa tavola rotonda, organizzata dagli Oblati Secolari dell’Ordine di Santa Brigida, dedicata al ruolo dei fedeli laici nella Chiesa. Cercherò di esporre, se pur brevemente, le principali funzioni del Pontificio Consiglio per i Laici e di fornire spunti di riflessione, utili per un successivo dibattito.
2. Prima di tutto bisogna ricordare che il Pontificio Consiglio per i Laici è un Dicastero molto giovane della Curia Romana. È stato istituito, infatti, nel 1967 da Paolo VI, nell’intento di realizzare quanto si auspicava nel decreto conciliare Apostolicam actuositatem, a proposito della necessità di costituire un organismo presso la Santa Sede per il servizio e l’impulso dell’apostolato dei laici. Sin dalla sua nascita, il Consiglio si prefigge di coadiuvare il Santo Padre in tutte quelle materie che riguardano la promozione e il coordinamento dell’apostolato dei laici e, in generale, in quelle che concernono la vita cristiana dei laici in quanto tali (cfr. PB art. 131). Per assolvere con diligenza questo importante compito, esso cerca di rimanere fedele a quanto indicato nel documento menzionato del Concilio Vaticano II e nel magistero pontificio sui fedeli laici, in particolar modo nell’Esortazione apostolica post-sinodale Christifideles laici del 1988, considerata la "magna charta" del Consiglio. In sintesi, si può certamente affermare che il Pontificio Consiglio per i Laici è il Dicastero della Curia Romana posto al servizio dell’apostolato dei laici.

3. Mi vorrei soffermare, ora, sui campi di azione del Dicastero. In primo luogo, spetta al Pontificio Consiglio animare e sostenere i fedeli laici affinché partecipino alla vita e alla missione della Chiesa nel modo loro propio, sia come singoli che come membri appartenenti ad associazioni. A questo proposito, mi preme sottolineare che il modo specifico con cui i fedeli laici edificano la Chiesa consiste nel permeare di spirito evangelico le realtà temporali. Come ha affermato il Santo Padre nella Lettera apostolica Novo millennio ineunte (n. 46), al termine del Grande Giubileo dell’anno duemila, è necessario che nella Chiesa si scopra sempre meglio la vocazione dei fedeli laici, che è radicata come tutte le altre vocazioni, nel sacramento del Battessimo, ma che tende per natura propria a «cercare il regno di Dio trattando le cose temporali e ordinandole secondo Dio» (LG 31). Pertanto, il mondo, e con questo intendo dire il lavoro professionale, lo studio, le relazioni familiari, amichevoli, l’impegno politico, la cultura, l’economia e via dicendo, è lo spazio dove si configura la vocazione cristiana dei fedeli laici (cfr. ChL 15), cioè l’ambito in cui essi devono cercare la santità e portare il messaggio di Gesù.
Affinché adempiano questo peculiare compito di diffondere lo spirito del Vangelo nel mondo, i fedeli laici (e questo vale anche per noi sacerdoti) hanno bisogno di una intensa formazione cristiana, dottrinale e spirituale. Si dice a ragione che nessuno può dare quello che non ha. È per questo motivo che uno dei temi che viene trattato con maggiore cura negli incontri con i Vescovi che si recano al Dicastero, in occasione delle visite ad limina che compiono ogni cinque anni, è proprio quello dell’itinerario formativo dei laici. Questo dialogo con i Vescovi e la riflessione che ne scaturisce consente al Consiglio di porsi all’ascolto delle diverse situazioni ed esperienze nelle Chiese locali, e di capirne più a fondo le esigenze particolari.

4. Una parte molto consistente del lavoro del Pontificio Consiglio per i Laici è quella che concerne le associazioni laicali di fedeli, cioè, tutte quelle aggregazioni composte a larga maggioranza da fedeli laici. Nell’ambito della propria competenza, il Dicastero riconosce quelle associazioni di fedeli che hanno carattere internazionale e ne approva gli statuti.
Nello svolgimento di questo incarico e in risposta agli insegnamenti del Santo Padre, il Dicastero incoraggia tutte le varie forme aggregative laicali, valorizzandole e cercando di orientare i loro carismi all’interno della Chiesa. In questo senso, il Pontificio Consiglio per i Laici mantiene rapporti costanti con i movimenti e le nuove comunità ecclesiali, di cui la stragrande maggioranza è configurata come associazioni internazionali di fedeli, come pure con le Organizzazioni Internazionali Cattoliche (OIC), l’Azione Cattolica, ecc.
La crescente fioritura delle esperienze di vita associativa nella Chiesa ha contribuito ad aumentare la delicata responsabilità del Dicastero nel discernimento di queste nuove realtà. Nel dialogo del Pontificio Consiglio per i Laici con le varie aggregazioni affidate alla sua cura pastorale, si distinguono in modo particolare i movimenti ecclesiali e le nuove comunità, di cui il Dicastero segue da vicino la vita e le attività e delle quali vuole essere la "casa comune", convinto che le loro esperienze rappresentino un validissimo aiuto per l’apostolato dei fedeli laici.
Da questi presupposti è nata l’iniziativa del Consiglio di invitare movimenti e nuove comunità a incontri di riflessione comune su questioni specialmente rilevanti, al fine di conoscere il loro giudizio. Gli incontri che hanno avuto luogo nel 2003 sono stati: La costruzione della pace nell’era globale, tema particolarmente sentito a causa dello scoppio della guerra in Iraq; Il contributo dei cristiani alla costruzione dell’Europa, argomento che è stato affrontato nel periodo in cui si stava definendo la bozza del Trattato costituzionale europeo.
5. Oltre a questi incontri, il Dicastero organizza periodicamente dei Convegni internazionali sull’apostolato dei fedeli laici. In questo contesto vorrei ricordare l’ultimo Congresso internazionale del laicato cattolico, che si è svolto a Roma nel novembre del 2000, sul tema Testimoni di Cristo nel nuovo millennio, con la partecipazione di persone provenienti da quasi cento paesi di tutto il mondo.
Di particolare rilievo è stato, inoltre, il Congresso dei laici cattolici dell’Europa dell’Est, svoltosi a ottobre scorso a Kiev, in Ucraina, a cui hanno preso parte rappresentanti dei Paesi della ex Unione Sovietica. Obiettivo primario di questa iniziativa è stato quello di risvegliare tra i cristiani dell’est europeo la consapevolezza della propria vocazione e missione nella Chiesa e nella società, stimolando lo studio e l’assimilazione degli insegnamenti del Concilio Vaticano II.

6. Un ulteriore ambito affidato alla cura del Pontificio Consiglio per i Laici è quello che riguarda i giovani. Infatti nel 1986 Giovanni Paolo II ha voluto istituire all’interno del Dicastero la "Sezione Giovani", come segno di sollecitudine pastorale della Chiesa nei loro confronti. Penso che sia inutile, in questa sede, ribadire l’importanza che il Papa attribuisce ai giovani, che ha più volte definito come "la speranza della Chiesa". I compiti peculiari di questa "Sezione Giovani" sono: porsi al servizio delle Chiese particolari nel settore della pastorale giovanile; essere strumento di sensibilizzazione in materia di problematiche giovanili; promuovere e organizzare convegni di pastorale giovanile a livello internazionale. A questo proposito vorrei menzionare l’8º Forum internazionale dei giovani, che si terrà a Rocca di Papa dal 31 marzo al 4 aprile, sul tema: "I giovani e l’università: testimoniare Cristo nell’ambiente universitario", al quale si prevede la partecipazione di circa 300 studenti universitari provenienti da tutto il mondo.
Momenti forti dell’attività della "Sezione Giovani" sono, senza dubbio, la preparazione delle celebrazioni delle Giornate Mondiali della Gioventù, istituite da Giovanni Paolo II nel 1985, che hanno luogo ogni anno in tutte le diocesi in occasione della Domenica delle Palme, e l’organizzazione degli incontri mondiali del Papa con i giovani, che si celebrano ogni due anni in Paesi di volta in volta diversi. Il prossimo incontro mondiale, a Dio piacendo, si terrà a Colonia nel mese di agosto 2005.
Nonostante la numerosa e festosa partecipazione dei giovani a questi incontri, le Giornate Mondiale della Gioventù non sono soltanto un bel raduno giovanile, ma sono innanzi tutto un’occasione preziosa, per ognuno di loro, per stare accanto al Successore di Pietro e per avere un vero e proprio incontro con Gesù, un’incontro che Giovanni Paolo II, nella sua Lettera apostolica ai giovani e alle giovane del mondo scritta nel 1985 in occasione dell’Anno Internazionale della Gioventù, ha voluto paragonare a quello che ebbe il giovane ricco (cfr. Mt 19, 16-21).
Due esempi commoventi di questi incontri personali dei giovani con il Signore sono stati le migliaia di ragazzi e ragazze che si sono accostati al sacramento della Penitenza in occasione dell’indimenticabile Giornata Mondiale della Gioventù celebrata a Roma durante l’Anno giubilare (le lunghissime file ai confessionali allestiti al Circo Massimo in quei giorni hanno rappresentato una vera scossa sia per i giovani che per i meno giovani), nonché la presa di coscienza, da parte di moltissimi giovani, della propria vocazione all’interno della Chiesa proprio grazie a questi incontri con il Papa.
Da quest'anno esiste presso il Dicastero la sezione "Chiesa e Sport", che cerca di assicurare al mondo dello sport una più incisiva attenzione da parte della Santa Sede, diffondendo gli insegnamenti della Chiesa Cattolica sullo sport, affinché l'attività sportiva possa contribuire allo sviluppo integrale della persona.

7. L’ultimo campo di lavoro del Dicastero che voglio sottoporre alla vostra attenzione è quello che riguarda la vocazione e la missione della donna nella Chiesa e nel mondo. Nel suo impegno, infatti, il Pontificio Consiglio per i Laici ha sempre posto l’accento sulla necessità di riconoscere l’uguale dignità della donna e dell’uomo. D’altro canto nel magistero del Santo Padre si riscontra un grande interesse al tema del rispetto della dignità della donna nel più ampio contesto dell’identità della persona umana, creata a immagine di Dio, uomo e donna.
Lo studio dei fondamenti antropologici e teologici della dignità della donna ha portato alla realizzazione di diverse iniziative, di cui vorrei menzionare solo la più recente: un seminario di studio, che si è svolto a febbraio scorso, sul tema Uomini e donne: diversità e reciproca complementarità. Questo seminario, che si situa nella più ampia prospettiva della formazione dei fedeli laici, ha avuto come scopo identificare elementi utili per l’elaborazione di programmi pastorali più attenti alla ricchezza che deriva dalla diversità e reciproca complementarità che esiste tra uomo e donna. Inoltre il Consiglio ha partecipato attivamente alla preparazione e alla realizzazione di tutte le conferenze mondiali sul tema (Città del Messico, Copenaghen, Nairobi e Pechino).

sabato 22 agosto 2009

Los Movimientos Eclesiales y Nuevas Comunidades, frente a los desafíos de la nueva evangelización



Congreso de Hogares Nuevos - Obra de Cristo
Roma (Centro Congressi “Salesianum”), 16 - 22 de septiembre de 2007


1. Introducción: “25 años, fieles a la Iglesia y amando a las familias”

Mis primeras palabras quieren ser, ante todo, de cordial felicitación al P. Ricardo Enrique Facci, Fundador y Presidente de Hogares Nuevos - Obra de Cristo, así como a todos Ustedes, miembros y simpatizantes de este movimiento eclesial, surgido en Argentina el 24 de octubre de 1982, presentes estos días en Roma para celebrar cerca del Vicario de Cristo el veinticinco aniversario de la fundación de esta asociación internacional de fieles, que se encuentra establecida en diversos países del continente americano.

El lema escogido para el Congreso que inició ayer en esta sede contiene dos aspectos que se compenetran profundamente: la fidelidad a la Iglesia, de una parte, y el amor a las familias, de otra. La fidelidad a la Iglesia de Cristo, a través de la sincera obediencia al magisterio del Romano Pontífice y de los Obispos en comunión con él, manifiesta el amor a Jesucristo, su fundador. El amor a las familias es consecuencia directa de la fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia. En la Carta a las Familias (2 de febrero de 1994), el Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que la familia es el primer y más importante camino de la Iglesia, porque en ella la persona realiza su propia vocación (cfr. n. 2). Por esta razón, Juan Pablo II animó constantemente durante su pontificado a hacer de la familia cristiana el corazón de la nueva evangelización.

Hogares Nuevos - Obra de Cristo nació para dar respuesta a la llamada de Juan Pablo II contenida en el n. 86 de la Exhortación Apostólica post-sinodal Familiaris Consortio (22 de noviembre de 1981): «Deben amar de manera particular a la familia». Explicaba el Papa, a continuación: «Se trata de una consigna concreta y exigente. Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos. Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo. Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: “Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo”» (FC, 86).

La Exhortación Apostólica post-sinodal Familiaris Consortio es fruto de la VI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980, sobre «La misión de la familia cristiana en el mundo actual», con la finalidad de hacer tomar conciencia de que cada familia y, en particular, la familia cristiana, lleva en sí una extraordinaria riqueza de valores y de tareas en orden a edificar la Iglesia y la entera sociedad humana1. Considero relevante destacar aquí que antes de cumplirse el primer año de la publicación de este documento pontificio, veía la luz en Argentina Hogares Nuevos - Obra de Cristo.

Este Movimiento, permeado de una espiritualidad cristocéntrica y poniéndose bajo la especial protección de la Sagrada Familia de Nazaret, se propone proclamar las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia en toda su integridad y con generosidad misionera; anunciar con alegría y convicción la Buena Nueva sobre el matrimonio y la familia, para que las familias puedan alcanzar metas altas en el seguimiento de Cristo; suscitar en todos sus miembros una conducta de vida inspirada en el Evangelio y en la fe de la Iglesia Católica, formando las conciencias según los valores cristianos; potenciar el espíritu de solidaridad en diversas obras de caridad cristiana y, por último, preparar personas competentes en los variados sectores de la pastoral familiar.


2. “La misión de la Iglesia es evangelizar” (Documento de Aparecida, 30-32)

En el n. 30 del Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida (Brasil), del 13 al 31 de mayo de 2007, cuyo tema fue «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6)», leemos: «La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo»2.

La Iglesia es esencialmente misionera y, en consecuencia, tiene como tarea fundamental transmitir la fe a la generación presente y a las futuras, guiada por el Espíritu Santo y obedeciendo al mandato de Cristo, quien antes de ascender al cielo dijo a sus Apóstoles: «–Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15). El anuncio de la Buena Nueva traída por Jesucristo compete a todos los fieles cristianos sin excepción (laicos, sacerdotes y religiosos). La evangelización siempre será un cometido actual para la Iglesia, pero en las circunstancias presentes se ha convertido en absolutamente necesario y urgente. A la tentación de sucumbir a una pastoral de “mantenimiento” o de “conservación” de la situación existente, hay que reaccionar presentando con valentía una pastoral de “evangelización”, que conduzca a llevar el Evangelio a todos los ambientes humanos. Atención particular en la tarea apostólica merecen los niños, los jóvenes y las familias, hacia quienes conviene dedicar las mejores energías evangelizadoras.

Durante el Discurso inaugural de la V Conferencia en Aparecida, el Santo Padre Benedicto XVI afirmó que «la Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión»3.

La evangelización fue el tema de dos importantes documentos pontificios de obligada lectura y reflexión: la Exhortación Apostólica post-sinodal Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), del Siervo de Dios Pablo VI, y la Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), del Siervo de Dios Juan Pablo II. Entre ellas median quince años de diferencia. La Exhortación de Pablo VI aparecía a mitad de la década de los setenta, al cumplirse el décimo aniversario de la promulgación del Decreto Ad gentes, del Concilio Vaticano II, cuando se constataban en la vida de la Iglesia las primeras consecuencias de una cultura secularizada que estaba tomando cuerpo en el mundo contemporáneo. Especialmente significativo es el capítulo VII de la Exhortación (“El espíritu de la Evangelización”), que ofrece una síntesis de la espiritualidad de la evangelización, de perenne validez para todos los fieles en la Iglesia.

Por su parte, en la Encíclica Redemptoris missio (publicada al cumplirse veinticinco años de la promulgación del Decreto Ad gentes) Juan Pablo II quiso reafirmar la dimensión intrínsecamente misionera de la Iglesia, con una miranda amplia y esperanzadora hacia el futuro, en el que Dios prepara una nueva primavera para el Evangelio. La Encíclica afronta la necesidad de que todos los fieles redescubran la llamada universal a la misión, que surge de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos» (RM, 7).

Con su excepcional ardor misionero, Juan Pablo II puso de manifiesto que la tarea evangelizadora requiere los mejores esfuerzos de todos los miembros de la Iglesia para dar a conocer a Jesucristo, teniendo en cuenta que son todavía muchos los que todavía no lo conocen en absoluto, o bien, habiéndolo conocido en su infancia, porque tal vez recibieron alguno de los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), se han alejado de Él y viven como si Dios no existiera (“etsi Deus non daretur”)4. En cambio, Benedicto XVI propone a la humanidad fundamentar la propia vida como si Dios existiera (“etsi Deus daretur”), pensando que “aunque yo no me lo crea, bien pudiera ser que exista”. «Es el consejo que querríamos dar también hoy -decía el por entonces Cardenal Joseph Ratzinger- a los amigos que no creen. Así ninguno queda limitado en su libertad, sino que todas nuestras cosas encuentran un soporte y un criterio del cual tenemos urgente necesidad»5.


3. Santidad y evangelización

La tarea evangelizadora (vocación universal a la misión) se encuentra íntimamente relacionada con la santidad de vida del cristiano (vocación universal a la santidad en la Iglesia), de modo tal que la una depende de la otra. La fecundidad apostólica es fruto de una amistad íntima con Cristo, de la participación de su Espíritu, de la unión a sus mismos sentimientos (Flp. 2, 5), que supone amar a todas las almas. «Todos estamos igualmente llamados a la santidad. No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una la caridad»6.

Juan Pablo II escribió con profunda sabiduría que el verdadero misionero es el santo (RM, 90). La nueva evangelización presupone el anhelo de santidad y la entrada efectiva del cristiano por caminos de santidad de vida. Revivir en el mundo de hoy la epopeya evangelizadora que caracterizó las primeras comunidades cristianas es posible si en la base se encuentra el dinamismo de la santidad personal. Así se expresaba Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (6 de enero de 2001), al concluir el Gran Jubileo del año 2000: «Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección» (31).

Conviene subrayar aquí la especial importancia y necesidad que reviste en la Iglesia y en la sociedad la acción apostólica de los fieles laicos, porque su existencia transcurre en medio de las circunstancias de la vida cotidiana (trabajo, estudio, relaciones familiares y sociales, deporte, sana diversión, etc.), que están llamados a santificar. De este modo, el apostolado de los fieles laicos puede alcanzar aquellos ambientes de vida a los que sólo ellos pueden llegar (LG, 33). Refiriéndose al papel de los fieles laicos de llevar el testimonio de Cristo al mundo entero, Benedicto XVI decía en el Discurso inaugural de la V Conferencia General, de Aparecida: «Muchos de vosotros pertenecéis a movimientos eclesiales, en los que podemos ver signos de la multiforme presencia y acción santificadora del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad actual. Estáis llamados a llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y a ser fermento del amor de Dios en la sociedad»7.

En el Mensaje para la Jornada Misionera Mundial de 2007, Benedicto XVI recuerda que «la primera y prioritaria contribución que estamos llamados a ofrecer a la acción misionera de la Iglesia, es la oración». Y a los jóvenes del mundo entero, en preparación de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (2008), les escribe: «La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y “eficientes”, sino el fruto de la oración comunitaria incesante»8.

Desde esta perspectiva, la oración hace eficaz todos los esfuerzos evangelizadores. A la oración es necesario unir también el sacrificio, valorando el sentido sobrenatural de todo sufrimiento físico o moral aceptado y ofrecido a Dios con amor, así como las pequeñas o grandes contrariedades que inevitablemente comporta la existencia humana.

La santidad y la evangelización presuponen a su vez la formación en la doctrina cristiana. En este sentido, los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades se presentan como auténticos ámbitos de formación en la fe, cada uno de ellos dotado de una pedagogía propia, de la que se benefician tanto los miembros como sus amigos y simpatizantes que se acercan a las diversas actividades que promueven estas realidades eclesiales. Benedicto XVI apela continuamente en su magisterio al estudio del Catecismo de la Iglesia Católica y al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, como instrumentos insustituibles para la formación de los fieles.


4. Carismas en la Iglesia para un nuevo anuncio del Evangelio

Es bien sabido que el luminoso pontificado de Juan Pablo II se distinguió, entre muchos aspectos, por la valorización de las diversas manifestaciones del Espíritu, como un elemento esencial de la vida de la Iglesia. Un ejemplo notorio es la relación que Juan Pablo II mantuvo con los diversos Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades, así como con otras nuevas realidades en la Iglesia, considerándolos corrientes relevantes de renovación eclesial que contribuyen a la nueva evangelización de los hombres y las mujeres en el mundo actual. Al inicio del tercer milenio, Juan Pablo II escribía: «He repetido muchas veces en estos años la llamada a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16)»9.

Juan Pablo II calificó a los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades como dones preciosos distribuidos por el Espíritu Santo, que son motivo de esperanza para la Iglesia y la entera humanidad. El Papa acogió y valoró estas nuevas realidades eclesiales, las presentó a los Pastores de la Iglesia y las invitó a difundirse en las Iglesias particulares con humildad y sentido de comunión eclesial.

¿Cuál es la razón de esta actitud? La respuesta la podemos encontrar en las palabras que Juan Pablo II dirigió a los participantes al inolvidable encuentro con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades, que tuvo lugar la tarde del sábado 30 de mayo de 1998, Vigilia de Pentecostés, en la Plaza de San Pedro: «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial» (7)10.

Unido idealmente al de 1998, fue asimismo memorable el encuentro de Benedicto XVI con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades, celebrado también en la Plaza de San Pedro el sábado 3 de junio de 2006, durante las primeras Vísperas de la solemnidad de Pentecostés. La decisión de Benedicto XVI de convocar a los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades constituye un signo de continuidad con el magisterio de Juan Pablo II. La relación de Benedicto XVI con estas nuevas realidades eclesiales es antigua, como él mismo ha manifestado en más de una ocasión. El Papa las considera irrupciones del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia, que renuevan la estructura misma de la Iglesia, convirtiéndose en lugares de fe, en las que los jóvenes y los adultos experimentan un modelo de vida en la fe como una oportunidad para la vida de hoy.

Estas son las grandes líneas guía que el Papa entregó a los asistentes al acto: «El Espíritu Santo, a través del cual Dios viene a nosotros, nos trae vida y libertad [...] Los Movimientos han nacido precisamente de la sed de la vida verdadera [y] quieren y deben ser escuelas de libertad, de esta libertad verdadera, [la] libertad de los hijos de Dios [...] Participad en la edificación del único cuerpo [...] Queridos amigos, os pido que seáis, aún más, mucho más, colaboradores en el ministerio apostólico universal del Papa, abriendo las puertas a Cristo»11.

Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo» (n. 799). Un carisma, por tanto, es una gracia especial (gratia gratis data) diversa de la gracia santificante (gratia gratum faciens), que el Espíritu Santo derrama no sólo para la santificación de un fiel, sino para el bien de toda la comunidad eclesial.

Resulta interesante constatar que Santo Tomás de Aquino no utiliza el término “carisma”; como equivalente usa la expresión gratia gratis data, que es la gracia mediante la cual un hombre ayuda a otro a volver a Dios. Esta gracia no se concede para la santificación de la persona que la recibe, sino para cooperar a la santificación ajena12.

Juan Pablo II señaló en la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles laici que «los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del Espíritu, y sean ejercidos en plena conformidad con los auténticos impulsos del Espíritu» (ChL, n. 24).

Corresponde a la autoridad eclesiástica el deber de examinar la autenticidad de los carismas, así como garantizar su uso ordenado en la Iglesia13. Esta acción de la autoridad se puede denominar discernimiento, acompañamiento, etc. La tarea de la autoridad eclesiástica respecto a los carismas incluye también el grave deber de «no apagar el Espíritu» (1 Ts 5, 12-13).

Después del Concilio Vaticano II, e incluso antes, se ha escrito mucho acerca de la relación entre carisma e institución, es decir, la jerarquía, en la Iglesia. Algunos autores han puesto de relieve una presunta incompatibilidad entre ambos, aduciendo que la espontaneidad del Pueblo de Dios prevalece a la institución, la cual tiende a oprimir la acción del Espíritu en la Iglesia14.

Gérard Philips (1899-1972), teólogo belga que participó activamente en el último concilio ecuménico, escribió: «Los servicios jerárquicos y los dones puramente carismáticos se completan recíprocamente. Cuando el ejercicio del ministerio se aleja demasiado del Espíritu, se asoman amenazantes la rigidez y la esterilidad. Cuando el carisma se revuelve contra la autoridad estamos al borde del abismo, donde reina el desorden, el iluminismo y la confusión»15. Por su parte, el Cardenal Ratzinger evidenció que la contraposición dualística entre la dimensión carismática y la dimensión institucional describe de modo insuficiente la realidad misma de la Iglesia16.

Carisma e institución en la Iglesia no se contraponen, sino que se complementan recíprocamente a lo largo de la historia de la salvación. Juan Pablo II se dirigió a los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades el 30 de mayo de 1998 afirmando que la dimensión carismática y la dimensión institucional son co-esenciales a la constitución misma de la Iglesia y «concurren, aunque de manera diversa, a su vida, a su renovación y a la santificación del pueblo de Dios»17.

Como conclusión de este apartado, me parece oportuno citar aquí las palabras pronunciadas por el actual Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos durante el primer congreso de los Movimientos Eclesiales y de las Nuevas Comunidades de América Latina, celebrado en Bogotá en marzo de 2006: «Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son portadores de un precioso potencial evangelizador, del que la Iglesia tiene urgente necesidad, hoy. Representan una riqueza aún no conocida ni valorizada plenamente»18.


5. La eclesialidad de los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades

Uno de los frutos de la eclesiología y, más concretamente, de la teología del laicado del Concilio Vaticano II es, sin duda, utilizando la expresión de Juan Pablo II, la «nueva época asociativa de los fieles laicos» (ChL, 29), a la que estamos asistiendo. El Espíritu Santo está avivando la vida de la Iglesia con la aparición de nuevas formas de apostolado, muchas de ellas susceptibles de ser configuradas canónicamente como asociaciones de fieles. En vista de este florecimiento asociativo, Juan Pablo II precisó cinco criterios de eclesialidad para las asociaciones laicales en el n. 30 de la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles Laici, con el fin de que pudieran servir de guía tanto a los Pastores de la Iglesia en su tarea de discernimiento de estas realidades eclesiales, como a los responsables y miembros de las asociaciones. Estos criterios de eclesialidad son los siguientes:

1º) La primacía de la vocación cristiana a la santidad. Las asociaciones de fieles están llamadas a ser instrumentos al servicio de la santidad en la Iglesia, vocación que todos los cristianos hemos recibido con el sacramento del Bautismo y que el Concilio Vaticano II ha recordado en modo solemne (LG, cap. V), siguiendo las enseñanzas de Jesucristo: «Sed perfectos como mi padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48)19. Hace pocos días, recordando las enseñanzas de San Gregorio de Nisa durante la catequesis sobre los Padres Apostólicos, Benedicto XVI afirmaba precisamente que «la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que de este modo llega a ser luminosa también para los demás, también para el mundo»20.

2º) La responsabilidad de confesar la fe católica. Los miembros de las asociaciones de fieles deben acoger y proclamar la verdad sobre la Iglesia y sobre el hombre, en obediencia al magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente21.

3º) El testimonio de una comunión firme y convencida con el Romano Pontífice y con los Obispos, que se manifiesta en la disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales y exige el reconocimiento de la legítima pluralidad de formas asociativas en la Iglesia, así como la disponibilidad para la colaboración en todos los ámbitos de la vida eclesial.

4º) La conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y la santificación de la humanidad, tarea fundamental de la Iglesia, a la que los miembros de las asociaciones de fieles están llamados a participar activamente, con espíritu misionero.

5º) El compromiso de una presencia en la sociedad humana, con el fin de crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad. Esta misión compete especialmente a los fieles laicos, quienes, debido a la índole secular de su vocación específica en la Iglesia, están llamados a «buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales» (LG, 31).


6. Conclusión: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20)

El Mensaje de la V Conferencia General a los Pueblos de América Latina y del Caribe convoca a todos los fieles a una gran misión continental. Para realizar este cometido se requiere esperanza, llena también de optimismo humano, que encuentra su fundamento en la seguridad de que Dios nos es cercano en todo momento y nos acompaña en nuestro caminar. Jesucristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él es el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros» y quiere que vayamos por el mundo, enseñando el Evangelio a toda criatura.

Teniendo en cuenta que Hogares Nuevos - Obra de Cristo es un movimiento eclesial que está al servicio de las familias cristianas, me parece oportuno terminar con unas palabras de la Homilía pronunciada por Benedicto XVI en la Santa Misa con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, el 9 de julio de 2006: «La familia cristiana —padre, madre e hijos— está llamada, pues, a cumplir los objetivos señalados no como algo impuesto desde fuera, sino como un don de la gracia del sacramento del matrimonio infundida en los esposos. Si estos permanecen abiertos al Espíritu y piden su ayuda, él no dejará de comunicarles el amor de Dios Padre manifestado y encarnado en Cristo. La presencia del Espíritu ayudará a los esposos a no perder de vista la fuente y medida de su amor y entrega, y a colaborar con él para reflejarlo y encarnarlo en todas las dimensiones de su vida. El Espíritu suscitará asimismo en ellos el anhelo del encuentro definitivo con Cristo en la casa de su Padre y Padre nuestro»22.



Roma, 17 de septiembre de 2007




1 Cfr. D. TETTAMANZI (a cura di), L’Esortazione sulla famiglia «Familiaris consortio», Milano 1982, p. 5.
2 El Documento Conclusivo puede consultarse en la página web http://www.celam.org (visitada el 29 de agosto de 2007).
3 BENEDICTO XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia, Aparecida, n. 3, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 25-V-2007, p. 9.
4 Célebre expresión del jurista holandés Hugo Grocio (1583-1645), según el cual el derecho natural sería igualmente válido aunque Dios no existiera.
5 J. RATZINGER, L´Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Siena 2005, p. 63. [La traducción es nuestra].
6 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, Madrid 1973, n. 134.
7 BENEDICTO XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia, Aparecida, n. 5, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 25-V-2007, p. 11.
8 ID., Mensaje del Santo Padre a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (2008), 4.
9 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 40.
10 ID., Discurso, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 5-VI-1998, p. 14.
11 BENEDICTO XVI, Homilía, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 9-VI-2006, p. 6.
12 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I-II, q. 111, a. 1, c.
13 Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles laici, 24.
14 Durante el segundo milenio cristiano surgieron errores basados en una comprensión equivocada de la relación entre carisma e institución, como el joaquinismo o espiritualismo, de una parte, y el clericalismo, de otra. Para un estudio particular sobre esta cuestión, cfr. D.L. SCHINDLER, Istituzione e carisma, en PONTIFICIUM CONSILIUM PRO LAICIS, en I movimenti nella Chiesa, Ciudad del Vaticano 1998, pp. 67-76.
15 G. PHILIPS, La Chiesa e il suo mistero. Storia, testo e commento della Costituzione «Lumen gentium», Milano 1993, p. 162. [La traducción es nuestra].
16 J. RATZINGER, I movimenti ecclesiali e la loro collocazione teologica, en Nuovi irruzioni dello Spirito. I movimenti nella Chiesa, Cinisello Balsamo 2006, pp. 16-21.
17 JUAN PABLO II, Discurso, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 5-VI-1998, p. 14.
18 S. RYŁKO, Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades: respuesta del Espíritu Santo a los desafíos de la evangelización, hoy, en la página web http://www.celam.org/ (visitada el 29 de agosto de 2007). Cfr. Documento de Aparecida, 311-313.
19 Cfr. también Lv 11, 44-45 («Porque yo soy el Señor, vuestro Dios: santificaos y sed santos, porque yo soy santo [...] Habéis de ser santos, porque yo soy santo»); 19, 2 («Sed santos, porque Yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo); 22, 32 («Yo soy el Señor, que os santifico»); 1 Ts 4, 3 («Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación»).
20 BENEDICTO XVI, «L’Osservatore Romano», 30-VIII-2007, p. 4. [La traducción es nuestra].
21 El n. 437/a del Documento de Aparecida sugiere a la pastoral familiar implicar a los movimientos y asociaciones matrimoniales y familiares a favor de las familias, con el fin de tutelar y apoyar la familia.
22 BENEDICTO XVI, Homilía, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 14-VII-2006, p. 13.

martedì 14 luglio 2009

Movimenti ecclesiali, ministero petrino e apostolicità della Chiesa


M. Delgado Galindo, Movimenti ecclesiali, ministero petrino e apostolicità della Chiesa.

Edizioni Vivere In (Collana «Parva Itinera»), Roma-Monopoli 2008.



Cosa sono e cosa significano i Movimenti ecclesiali nella storia della Chiesa e della Società oggi? Distacco dal passato o nuovi germogli su radici millenarie indistruttibili e sempre vive?

Non si esaurisce la potenza che tutto crea, tutto muove, tutto rinnova.



Dalla presentazione di don Nicola Giordano:


Va considerato pregio di particolare valore avere tra le mani un'Opera che, nella linearità di uno stile chiaro, immediato, semplice, sintetico, ma anche esauriente, contiene un condensato di storia e porge una miniera di considerazioni che favoriscono la conoscenza e invitano alla riflessione.

La storia descritta in questo libro trattegia le origini e lo sviluppo di un fenomeno religioso sociale sviluppatosi nel mondo contemporaneo e secondo le caratteristiche proprie della cattolicità della Chiesa. La miniera di riflessioni si pone in rapporto alla richezza delle motivazioni attinenti ai Movimenti ecclesiali, materia particolare del libro, sullo sfondo di una società, l'intero ecumene umano, in continuo, progressivo e celere cambiamento.

Lo scrittore, esperto in Diritto Canonico e Capo Ufficio del Pontificio Consiglio per i Laici, conduce tutto il suo lavoro evitando gli scogli della pesantezza che, a volte, le lunghe e numerose note creano. Lo stile che si ammira nel volume è proprio quello della chiarezza e la incisività. Il libro, infatti, possiamo ritenerlo un utile e prezioso vademecum storico e concettuale che può illuminare e guidare la vita degli stessi Movimenti ecclesiali.

Ciò che maggiormente colpisce il lettore è il risalto che viene dato, anche con l'apporto della documentazione scientificamente curata, ai Movimenti. Di essi viene messa in risalto particolarmente la modernità che senza per niente ammiccare al modernismo, coinvolge, (e deve farlo!), i Christifideles laici nel loro singolare e moderno fiorire ed affermarsi nell'epoca più recente. (...)

Dato per scontato questo nostro giudizio, va detto che il volume di Mons. Miguel Delgado non propone soltanto particolari convincimenti di uno studioso né si lascia andare in considerazioni estemporanee laudative o anche critiche del fenomeno storico in sé. Con singolare obiettività traccia le linee e ne esprime il commento rifacendosi alla dottrina certa che è quella insegnata e divulgata dai Sommi Pontefici a noi più vicini nella storia della Chiesa. Ed è a tal fine che l'Autore cita particolarmente Giovanni Paolo II e il Pontefice attualmente regnante, Benedetto XVI. Ricorda la definizione data da Giovanni Paolo II il quale ebbe a vedere nella presenza dei Movimenti nella Chiesa come la "primavera dello spirito" (cfr. p. 39). Si collega anche al pensiero di Benedetto XVI che pone i Movimenti accanto o, meglio, sulla stessa scia delle varie novità di vita ecclesiale che hanno solcato l'intera storia della Chiesa. Non sarebbe giusto parlare di innovazione. Si dovrebbe parlare di emergenti nuove forme di vita che lo Spirito Santo fa germogliare. (...)

È a questo punto che il ministero petrino, che appare come secondo titolo dell'opera di Miguel Delgado, considerato nella collegialità delle forze ad esso collegate e coordinate, diventa la forza essenziale cui spetta il discernimento e la valutazione dei rivoli che, scaturiti dall'unica roccia devono bonificare le lunghe e larghe distese del vivere umano. Né i Movimenti sono la roccia, né possono essere autonomi i rivoli di acqua. Chi ha un carisma deve saperlo usare in proiezione verso quell'unità per cui si afferma e si sostiene che la Chiesa è una, santa, cattolica ed apostolica. (...)

Non può mancare un'ultima considerazione. Riguarda la preziosità di un'Opera che fa comprendere la novità di vita rappresentata dai Movimenti ecclesiali e, nello stesso tempo, li sa indirizzare nell'alveo giusto mentre correnti contraddittorie finiscono col fare perdere, a volte, la vera rotta. Questa va sempre seguita con l'aiuto delle carte nautiche richiamate dal nostro Autore anche "responsabile della sezione del Dicastero impegnata nei temi che concernono la vita associativa dei fedeli laici nella Chiesa". Preziose carte ricavate da un prezioso archivio di scienza e conoscenza.



Indice dell'opera:


1. Nel grande solco della missionarietà della Chiesa.

2. Cos'è un Movimento ecclesiale?

3. Colloqui e congressi internazionali dei Movimenti ecclesiali.

4. Istituzione e carismi: la Chiesa e i Movimenti ecclesiali.

5. L'inserimento dei Movimenti ecclesiali nelle Chiese particolari.

6. La cattolicità delle Chiese particolari.

7. Movimenti ecclesiali e configurazione canonica.

8. Movimenti ecclesiali, formazione cristiana, evangelizzazione: la sinfonia della fede.