giovedì 14 maggio 2009

Los jóvenes y la Iglesia


I Asamblea Internacional de la Juventud Franciscana (Jufra)
Vilanova i la Geltrú, 30 de junio de 2007



1. Introducción: «Ve, Francisco, repara mi casa» (Relato de Tomás de Celano)1

Querría comenzar esta ponencia agradeciendo la amable invitación de la Juventud Franciscana a participar en la I Asamblea Internacional, que se celebra en el “Alberg Sant Francesc”, de Vilanova i la Geltrú. Los Superiores del Consejo Pontificio para los Laicos me han encomendado que os transmita de su parte un saludo muy cordial, junto con sus mejores deseos de una fructuosa Asamblea. Como sabéis, este Dicasterio de la Curia Romana cuenta con la Sección “Jóvenes”, creada por el Siervo de Dios Juan Pablo II en 1986, a la que confió todo lo que se refiere a la pastoral juvenil a nivel de la Iglesia Universal.
La celebración de esta Asamblea responde a una triple finalidad: el octavo centenario de la conversión de San Francisco y del inicio del carisma franciscano, en preparación a la conmemoración del octavo centenario de la aprobación de la Primera Regla (2009); la celebración en este año del también octavo centenario del nacimiento de Santa Isabel de Hungría, joven Patrona de la Orden Franciscana Seglar y de la Juventud Franciscana y, finalmente, vuestro interés en unificar criterios en los aspectos relativos a la formación y la organización de la Juventud Franciscana.
El punto de partida de mi intervención no podría ser otro que el encuentro del joven Francisco Bernardone con Dios, que transformó radicalmente su vida. Francisco tenía 25 años en 1207; atrás quedaban sus sueños de caballerías. Dos años antes había regresado enfermo a Asís desde Spoleto, después de un intento frustrado de combatir en Apulia. La enfermedad le había impedido dar cumplimiento a los deseos de batallador que albergaba en su corazón. Escribe Chesterton en su espléndida biografía sobre este santo desprendido y apasionado, de la entrega total a los pobres y a la creación entera, publicada en 1923: «La historia gira en muy grande medida en torno a las ruinas de la iglesia de San Damián, un viejo templo de Asís que al parecer se hallaba abandonado y cayéndose a pedazos. Allí acostumbraba Francisco orar ante el crucifijo durante aquellos días oscuros y desnortados de transición que siguieron al trágico hundimiento de todas sus ambiciones militares, días probablemente amargados por alguna merma de prestigio social, terrible para su espíritu delicado. En ello estaba cuando oyó una voz que le decía: Francisco, ¿no ves que mi casa está en ruinas? Anda a restaurarla por mí»2. Francisco entiende estas palabras en sentido material y repara la iglesia de San Damián, a la que seguirán otras cercanas. De este episodio querría señalar tres aspectos: Dios irrumpió en el alma de Francisco después de haberlo preparado con el dolor y el sacrificio personal; se cruzó en la vida de un joven de 25 años para encomendarle una tarea concreta; este joven se encontraba rezando en el momento de recibir la divina inspiración. Sobre esta última cuestión volveré más adelante.


2. «Vosotros sois la esperanza de la Iglesia, vosotros sois mi esperanza» (Juan Pablo II)

El domingo 22 de octubre de 1978, al finalizar el primer Ángelus, Juan Pablo II añadió un saludo especial hacia los jóvenes del mundo entero que no se ha borrado en el tiempo: «Vosotros sois el porvenir del mundo, vosotros sois la esperanza de la Iglesia, vosotros sois mi esperanza»3. Con estas palabras, Juan Pablo II inició un diálogo preferencial con los jóvenes que se ha mantenido ininterrumpido durante más de veintiséis años. Si bien la iniciativa de entablar este diálogo con los jóvenes fue de Juan Pablo II, a decir verdad el Papa se vio siempre correspondido hasta el último momento con una respuesta generosa por parte de los jóvenes. Prueba de ello la encontramos en los multitudinarios encuentros que mantuvo con jóvenes en diversos lugares del mundo, entre los que destacan, naturalmente, las sucesivas ediciones de la Jornada Mundial de la Juventud, una extraordinaria aventura de la pastoral juvenil promovida por Juan Pablo II. Decía que con los jóvenes se está siempre bien.
Una de las primeras audiencias generales de Juan Pablo II, la del 8 de noviembre de 1978, estuvo dedicada por entero a los jóvenes. El Papa dijo en aquella ocasión que quería a todos, a cada hombre y a todos los hombres, pero que tenía una preferencia por los más jóvenes porque ellos tenían un lugar preferencial en el corazón de Cristo, quien deseaba estar con los niños y entretenerse con los jóvenes; a los jóvenes dirigía particularmente su llamada; y había hecho de Juan, el Apóstol más joven, su predilecto. En aquel encuentro, Juan Pablo II dejó a los jóvenes un programa de vida espiritual que resumía en tres consideraciones: buscar a Jesús, amar a Jesús y testimoniar a Jesús4.
Juan Pablo II tuvo siempre confianza en los jóvenes y supo hacerse amigo suyo. Quiso llevarles a la amistad con la persona viva de Cristo, amistad que él mismo había experimentado a lo largo de toda su vida. Juan Pablo II fue un amigo exigente con sus amigos los jóvenes, a quienes presentó siempre metas altas de vida cristiana, es decir, de santidad, sin ningún tipo de “rebajas” ni “descuentos”. Sabía bien que los jóvenes tienen una gran capacidad de sintonizar con aquellas personas en quienes reconocen la autenticidad del mensaje que proponen.


3. Pastoral juvenil y pastoral vocacional

Siguiendo las enseñanzas de Juan Pablo II desde los comienzos de su pontificado, constatamos que la pastoral juvenil que propone la Iglesia debe tener como objetivo último que cada joven encuentre personalmente a Jesucristo para conocerle y amarle, porque sólo en Cristo los jóvenes pueden encontrar una respuesta segura a todos los interrogantes de su vida. Después de toda una vida buscando la verdad, escribía San Agustín en su obra Las confesiones: «Nos has creado para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» ( I, 1, 1).
Para conocer y llegar a querer a una persona es preciso tratarla; no hay otro camino. En nuestro caso, la oración personal es el medio para tratar a Cristo. Rezar es hablar con Dios: así de sencillo y, a la vez así de profundo. Consiste en hablarle de todo lo nuestro y permanecer a la escucha de las inspiraciones que pone en nuestra alma. Así define la oración San Josemaría Escrivá de Balaguer: «Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué? –¿De qué? De El, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”»5.
El encuentro y el seguimiento de Cristo presupone necesariamente la formación doctrinal y la formación de la conciencia moral de los jóvenes. Esta formación puede adoptar diversas modalidades. La Juventud Franciscana, que forma parte de la Orden Franciscana Seglar, tiene una pedagogía propia. El contenido esencial de este itinerario formativo lo encontramos en el Catecismo de la Iglesia Católica y en el Compendio de este Catecismo, que ofrece una síntesis de las verdades de fe, en forma de preguntas y respuestas breves, muy apropiadas no sólo para los jóvenes, sino también para los adultos. Sólo jóvenes sólidamente formados en la fe serán capaces de contrarrestar eficazmente las consecuencias de una cultura materialista y laicista que desde algunos ambientes se pretende imponer actualmente.
La formación cristiana debe empezar cuanto antes y no debe terminar nunca. La experiencia pastoral de estas últimas décadas revela que puede resultar tarde comenzar un itinerario formativo en la edad de la adolescencia, si no ha estado precedido de un período de formación en la etapa de la infancia. Por esta razón, en el ámbito de la Familia franciscana existen ya grupos compuestos por niños y pre-adolescentes, animados por miembros de la Juventud Franciscana, así como por Franciscanos, religiosos y seglares.
Medio de formación necesario en la pastoral juvenil es el acompañamiento o la dirección espiritual. La Iglesia ha recomendado esta práctica desde los primeros siglos, como medio eficaz para progresar en el trato con Dios. El director espiritual es la persona que conoce bien el camino de la vida cristiana, a quien podemos abrir con confianza nuestra alma y hace de guía, de amigo que nos acompaña. Nos presenta nuevos horizontes de vida espiritual, nos sugiere metas, nos señala los posibles obstáculos, nos ofrece luces para reconocer nuestra vocación, etc.
A la dirección espiritual se encuentra unido el sacramento de la confesión, donde nos son perdonados nuestros pecados y faltas. Este sacramento es uno de los grandes regalos que Jesucristo hizo a su Iglesia, a cada uno de nosotros. En el sacramento de la reconciliación, además de la gracia sacramental, recibimos también las luces de Dios. De ahí que la confesión frecuente resulte indispensable en la vida de un cristiano.
El servicio a las personas más necesitadas de la sociedad es para el cristiano fuente de alegría y de agradecimiento. Por esta razón, es preciso mostrar a los jóvenes que el cristiano no puede vivir de espaldas a las pobrezas del mundo actual. La conversión de Francisco supuso en él abrirse a la atención sonriente y generosa de los leprosos de Rivotorto, que en el pasado le habían producido tanta repulsión: «Y al apartarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me convirtió en dulzura del alma y del cuerpo»6.
La pastoral vocacional se encuentra íntimamente unida a la pastoral juvenil, de tal manera que, en realidad, no hay solución de continuidad entre la una y la otra. La pastoral juvenil debe llevar a los jóvenes a plantearse un compromiso de entrega a Dios, ya sea en la vida seglar (en el celibato o en el matrimonio), en el sacerdocio o en la vida consagrada. Es preciso mostrar a los jóvenes la capacidad de la persona de asumir compromisos definitivos, para toda la vida. Ante el miedo de los jóvenes al fracaso, a la incertidumbre ante el futuro, a la capacidad de ser fiel a un compromiso con Dios que es para toda la vida, es necesario ofrecerles esperanza. La juventud es la etapa de la vida en la que cada persona se encuentra ante la posibilidad de elegir su propio destino. Es la época de emprender el itinerario de la realización de los grandes ideales que cada persona alberga en su corazón. Dentro de estos horizontes, los jóvenes cristianos deberían sentir el deseo de encontrar el camino que Dios tiene reservado para cada uno de ellos.
Hace unos años una persona me comentó que los sacerdotes deberíamos hablar con más frecuencia de vocación cristiana en la predicación. Desde hacía tiempo notaba a faltar este tema. Por un instante me quedé pensativo al escuchar estas palabras, y concluí que aquella persona tenía razón. La propuesta vocacional tendría que estar más presente en la vida del cristiano, y no sólo en la de los sacerdotes. Presentar la llamada de Dios en el horizonte de un joven es una de las tareas más urgentes de los cristianos en la hora actual.


4. Libertad humana y compromisos definitivos de la persona

El 5 de agosto de 2006, casi un mes antes de emprender su viaje apostólico a Baviera, Benedicto XVI concedió una larga entrevista televisiva a representantes de Radio Vaticano y de cuatro cadenas de televisión alemanas. En una de las primeras intervenciones, un periodista le preguntó: ¿Lleva un mensaje especial para los jóvenes? El Papa respondió, entre otras cosas, que «podría recordar el valor de las decisiones definitivas. Los jóvenes son muy generosos, pero ante el riesgo de comprometerse para toda la vida, sea en el matrimonio sea en el sacerdocio, se tiene miedo. El mundo está en continuo movimiento de manera dramática: ¿Puedo disponer ya desde ahora de mi vida entera con todos sus imprevisibles acontecimiento futuros? ¿Con una decisión definitiva, no renuncio yo mismo a mi libertad, privándome de la posibilidad de cambiar?». El Papa seguía respondiendo a esta pregunta: «Conviene fomentar la valentía de tomar decisiones definitivas, que en realidad son las únicas que permiten crecer, caminar hacia adelante y lograr algo importante en la vida, son las únicas que no destruyen la libertad, sino que le indican la justa dirección en el espacio. Tener el valor de dar ese salto -por así decir- a algo definitivo, acogiendo así plenamente la vida, es algo que me alegraría comunicar»7.
Con esta palabras, el Papa constataba una doble realidad del mundo juvenil en la sociedad actual. Por un lado, la generosidad de los jóvenes para afrontar los retos que la vida les presenta (estudio, trabajo, amistad, afectividad, etc.). Esta actitud es connatural a la persona joven. Por otro, surge el miedo a asumir compromisos que por su propia naturaleza tienen carácter definitivo. Por ejemplo, aunque los jóvenes comprenden el valor del matrimonio, muchos de ellos retrasan la edad de contraerlo hasta después de los treinta años. La cultura del individualismo radical conduce a oponer la libertad humana a la toma de una decisión que es para toda la vida. Sin embargo, la libertad no consiste en caminar sin rumbo fijo por cualquier lugar, sumergido en un mar de superficialidad, sin una adecuada educación del corazón. Si a la persona se le priva de la posibilidad de asumir compromisos para siempre, también en la edad joven, se la está privando de uno de sus mayores usos de la libertad, al que tiene derecho. Las decisiones definitivas son una expresión profunda de la libertad de la persona, que tiene la capacidad de comprometerse para toda la vida y ser fiel a la palabra dada (a Dios, a otra persona). La libertad nos ha sido dada como una oportunidad para abrirnos a Dios, del cual tenemos una gran necesidad.
Es preciso ayudar a los jóvenes a perder el miedo a las dificultades del ambiente, apelando a los grandes ideales que llevan en su corazón y a la confianza en Dios, que nunca falla cuando encuentra un ánimo generoso. Al terminar la homilía de la Misa de inicio del ministerio petrino, el 24 de abril de 2005, Benedicto XVI quiso recordar las palabras que pronunció Juan Pablo II al comienzo de su pontificado: «¡No tengáis miedo! ¡Abrid, más aún, abrid de par en par las puertas a Cristo!»8. Decía Benedicto XVI: «Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida»9. Encontrar a Cristo es encontrar la felicidad que todo corazón humano anhela desde lo más profundo de su ser. Durante el Jubileo de los Jóvenes del año 2000, Juan Pablo II se preguntaba si resulta difícil creer en el mundo hoy. «En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible, como Jesús dijo a Pedro: “No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16, 17)»10.


5. Los jóvenes, apóstoles de los jóvenes

A los jóvenes cristianos les corresponde la estupenda misión de ser apóstoles de los otros jóvenes, con su testimonio y su palabra llena de afecto y comprensión; de transmitirles la alegría de pertenecer a la Iglesia, de caminar en esta tierra con Jesús. Dar a conocer a Cristo es una gran tarea que incumbe a los jóvenes. En el Evangelio de San Juan encontramos la figura del apóstol Andrés, que era hermano de Pedro y discípulo de Juan el Bautista. Andrés fue uno de los primeros apóstoles que siguieron a Jesús. Después de haber estado con el Señor, Andrés encontró a su hermano y le dijo: «Hemos encontrado al Mesías, que significa Cristo, y lo llevó a Jesús» (Jn 1, 41-42). El anuncio que dirige Andrés a Pedro manifiesta el ardiente deseo de la venida del Mesías, así como la gran alegría al comprobar que la esperanza del pueblo de Israel se ha convertido en una gozosa realidad, circunstancia que mueve a Andrés a comunicar inmediatamente a sus hermanos una noticia tan feliz. Este episodio de la vida de los Apóstoles demuestra que el encuentro con Cristo transforma la persona y la impulsa a dar a conocer al Señor a quienes están a su lado (familiares, parientes, compañeros de profesión, amigos, etc.). El evangelista pone también de manifiesto que el encuentro de algunos discípulos con Jesús se produce por la mediación de quienes le están siguiendo de cerca. El apostolado del cristiano consiste en una gran catequesis, en la que a través del trato personal, de una amistad leal y verdadera, se despierta en los demás el hambre de Dios y se les ayuda a descubrir horizontes nuevos; todo ello con naturalidad y sencillez, con el testimonio de una fe bien vivida, con la palabra amable, pero llena de la fuerza de la verdad divina.
Hace pocos días, el P. Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., recordaba la historia de Hermann Cohen, una especie de joven Francisco en versión moderna. Cohen fue un célebre músico judío que vivió en el siglo XIX y que se convirtió al catolicismo. Después de su conversión escribía a un amigo: «He buscado la felicidad por todas partes: en la vida elegante de los salones, en el ruido ensordecedor de los bailes y de las fiestas, en la acumulación de dinero, en la excitación del juego de azar, en la gloria artística, en la amistad de personajes famosos, en el placer de los sentidos. Ahora he encontrado la felicidad, tengo el corazón rebosante y querría compartirla contigo. Tu me dices: “Pero yo no creo en Jesucristo”. Te respondo: “Tampoco yo creía, y es por esto que era infeliz”».


6. Conclusión: «Sólo el Infinito puede llenar el corazón» (Benedicto XVI)

El pasado domingo 17 de junio, el Papa Benedicto XVI realizó un viaje pastoral a Asís, con motivo del octavo centenario de la conversión de San Francisco. El último acto de la peregrinación consistió en un multitudinario encuentro con jóvenes, celebrado por la tarde en la plaza enfrente de la Basílica de Santa María de los Ángeles. El Papa recorrió en su discurso algunos de los episodios más significativos de la vida de San Francisco, con el fin de presentar a los jóvenes la figura de este santo como un modelo para ellos. Poniendo en relación los hechos de la juventud de San Francisco con los sucesos de muchos de los jóvenes de nuestro tiempo que no sacian el corazón, el Papa concluía afirmando que «la verdad es que las cosas que terminan pueden dar fulgores de alegría, pero sólo el Infinito puede llenar el corazón»12.
Recordando las palabras que el Crucifijo de San Damián dirigió a San Francisco, decía el Papa: «Todos nosotros estamos llamados a reparar en cada generación de nuevo la casa de Cristo, la Iglesia»13. Y concluía: «Hago mía una vez más la invitación que mi amado predecesor, Juan Pablo II, amaba siempre dirigir, especialmente a los jóvenes: “Abrid las puertas a Cristo”. Abridlas como hizo Francisco, sin miedo, sin cálculos, sin medida. Sed, queridos jóvenes, mi alegría, como lo habéis sido de Juan Pablo II»14.



1 2 Cel I, 6, 10: FF, 593.
2 G. K. CHESTERTON, San Francisco de Asís. Santo Tomás de Aquino, Homo Legens, Madrid 2006, p. 39.
3 “L’Osservatore Romano”, 23-24 de octubre de 1978, p. 2.
4 Insegnamenti di Giovanni Paolo II, I (1978), pp. 105-107.
5 Camino, n. 91.
6 2 Test 3: FF, 110.
7 «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 25-VIII-2006, p. 5.
8 Insegnamenti di Giovanni Paolo II, I (1978), p. 38.
9 Insegnamenti di Benedicto XVI, I (2005), p. 26.
10 «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 25-VIII-2000, p. 12.
12 «L’Osservatore Romano», 18-19 de junio de 2007, p. 12.
13 Ibid., p. 13.
14 Ibid., p. 13.