sabato 22 agosto 2009

Los Movimientos Eclesiales y Nuevas Comunidades, frente a los desafíos de la nueva evangelización



Congreso de Hogares Nuevos - Obra de Cristo
Roma (Centro Congressi “Salesianum”), 16 - 22 de septiembre de 2007


1. Introducción: “25 años, fieles a la Iglesia y amando a las familias”

Mis primeras palabras quieren ser, ante todo, de cordial felicitación al P. Ricardo Enrique Facci, Fundador y Presidente de Hogares Nuevos - Obra de Cristo, así como a todos Ustedes, miembros y simpatizantes de este movimiento eclesial, surgido en Argentina el 24 de octubre de 1982, presentes estos días en Roma para celebrar cerca del Vicario de Cristo el veinticinco aniversario de la fundación de esta asociación internacional de fieles, que se encuentra establecida en diversos países del continente americano.

El lema escogido para el Congreso que inició ayer en esta sede contiene dos aspectos que se compenetran profundamente: la fidelidad a la Iglesia, de una parte, y el amor a las familias, de otra. La fidelidad a la Iglesia de Cristo, a través de la sincera obediencia al magisterio del Romano Pontífice y de los Obispos en comunión con él, manifiesta el amor a Jesucristo, su fundador. El amor a las familias es consecuencia directa de la fidelidad a Jesucristo y a su Iglesia. En la Carta a las Familias (2 de febrero de 1994), el Siervo de Dios Juan Pablo II escribió que la familia es el primer y más importante camino de la Iglesia, porque en ella la persona realiza su propia vocación (cfr. n. 2). Por esta razón, Juan Pablo II animó constantemente durante su pontificado a hacer de la familia cristiana el corazón de la nueva evangelización.

Hogares Nuevos - Obra de Cristo nació para dar respuesta a la llamada de Juan Pablo II contenida en el n. 86 de la Exhortación Apostólica post-sinodal Familiaris Consortio (22 de noviembre de 1981): «Deben amar de manera particular a la familia». Explicaba el Papa, a continuación: «Se trata de una consigna concreta y exigente. Amar a la familia significa saber estimar sus valores y posibilidades, promoviéndolos siempre. Amar a la familia significa individuar los peligros y males que la amenazan, para poder superarlos. Amar a la familia significa esforzarse por crear un ambiente que favorezca su desarrollo. Finalmente, una forma eminente de amor es dar a la familia cristiana de hoy, con frecuencia tentada por el desánimo y angustiada por las dificultades crecientes, razones de confianza en sí misma, en las propias riquezas de naturaleza y gracia, en la misión que Dios le ha confiado: “Es necesario que las familias de nuestro tiempo vuelvan a remontarse más alto. Es necesario que sigan a Cristo”» (FC, 86).

La Exhortación Apostólica post-sinodal Familiaris Consortio es fruto de la VI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, celebrado en Roma del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980, sobre «La misión de la familia cristiana en el mundo actual», con la finalidad de hacer tomar conciencia de que cada familia y, en particular, la familia cristiana, lleva en sí una extraordinaria riqueza de valores y de tareas en orden a edificar la Iglesia y la entera sociedad humana1. Considero relevante destacar aquí que antes de cumplirse el primer año de la publicación de este documento pontificio, veía la luz en Argentina Hogares Nuevos - Obra de Cristo.

Este Movimiento, permeado de una espiritualidad cristocéntrica y poniéndose bajo la especial protección de la Sagrada Familia de Nazaret, se propone proclamar las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la familia en toda su integridad y con generosidad misionera; anunciar con alegría y convicción la Buena Nueva sobre el matrimonio y la familia, para que las familias puedan alcanzar metas altas en el seguimiento de Cristo; suscitar en todos sus miembros una conducta de vida inspirada en el Evangelio y en la fe de la Iglesia Católica, formando las conciencias según los valores cristianos; potenciar el espíritu de solidaridad en diversas obras de caridad cristiana y, por último, preparar personas competentes en los variados sectores de la pastoral familiar.


2. “La misión de la Iglesia es evangelizar” (Documento de Aparecida, 30-32)

En el n. 30 del Documento Conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en Aparecida (Brasil), del 13 al 31 de mayo de 2007, cuyo tema fue «Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en Él tengan vida. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6)», leemos: «La historia de la humanidad, a la que Dios nunca abandona, transcurre bajo su mirada compasiva. Dios ha amado tanto nuestro mundo que nos ha dado a su Hijo. Él anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Por esto, nosotros, como discípulos de Jesús y misioneros, queremos y debemos proclamar el Evangelio, que es Cristo mismo»2.

La Iglesia es esencialmente misionera y, en consecuencia, tiene como tarea fundamental transmitir la fe a la generación presente y a las futuras, guiada por el Espíritu Santo y obedeciendo al mandato de Cristo, quien antes de ascender al cielo dijo a sus Apóstoles: «–Id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16, 15). El anuncio de la Buena Nueva traída por Jesucristo compete a todos los fieles cristianos sin excepción (laicos, sacerdotes y religiosos). La evangelización siempre será un cometido actual para la Iglesia, pero en las circunstancias presentes se ha convertido en absolutamente necesario y urgente. A la tentación de sucumbir a una pastoral de “mantenimiento” o de “conservación” de la situación existente, hay que reaccionar presentando con valentía una pastoral de “evangelización”, que conduzca a llevar el Evangelio a todos los ambientes humanos. Atención particular en la tarea apostólica merecen los niños, los jóvenes y las familias, hacia quienes conviene dedicar las mejores energías evangelizadoras.

Durante el Discurso inaugural de la V Conferencia en Aparecida, el Santo Padre Benedicto XVI afirmó que «la Iglesia tiene la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del pueblo de Dios, y recordar también a los fieles de este continente que, en virtud de su bautismo, están llamados a ser discípulos y misioneros de Jesucristo. Esto conlleva seguirlo, vivir en intimidad con él, imitar su ejemplo y dar testimonio. Todo bautizado recibe de Cristo, como los Apóstoles, el mandato de la misión»3.

La evangelización fue el tema de dos importantes documentos pontificios de obligada lectura y reflexión: la Exhortación Apostólica post-sinodal Evangelii nuntiandi (8 de diciembre de 1975), del Siervo de Dios Pablo VI, y la Encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), del Siervo de Dios Juan Pablo II. Entre ellas median quince años de diferencia. La Exhortación de Pablo VI aparecía a mitad de la década de los setenta, al cumplirse el décimo aniversario de la promulgación del Decreto Ad gentes, del Concilio Vaticano II, cuando se constataban en la vida de la Iglesia las primeras consecuencias de una cultura secularizada que estaba tomando cuerpo en el mundo contemporáneo. Especialmente significativo es el capítulo VII de la Exhortación (“El espíritu de la Evangelización”), que ofrece una síntesis de la espiritualidad de la evangelización, de perenne validez para todos los fieles en la Iglesia.

Por su parte, en la Encíclica Redemptoris missio (publicada al cumplirse veinticinco años de la promulgación del Decreto Ad gentes) Juan Pablo II quiso reafirmar la dimensión intrínsecamente misionera de la Iglesia, con una miranda amplia y esperanzadora hacia el futuro, en el que Dios prepara una nueva primavera para el Evangelio. La Encíclica afronta la necesidad de que todos los fieles redescubran la llamada universal a la misión, que surge de la radical novedad de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos» (RM, 7).

Con su excepcional ardor misionero, Juan Pablo II puso de manifiesto que la tarea evangelizadora requiere los mejores esfuerzos de todos los miembros de la Iglesia para dar a conocer a Jesucristo, teniendo en cuenta que son todavía muchos los que todavía no lo conocen en absoluto, o bien, habiéndolo conocido en su infancia, porque tal vez recibieron alguno de los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), se han alejado de Él y viven como si Dios no existiera (“etsi Deus non daretur”)4. En cambio, Benedicto XVI propone a la humanidad fundamentar la propia vida como si Dios existiera (“etsi Deus daretur”), pensando que “aunque yo no me lo crea, bien pudiera ser que exista”. «Es el consejo que querríamos dar también hoy -decía el por entonces Cardenal Joseph Ratzinger- a los amigos que no creen. Así ninguno queda limitado en su libertad, sino que todas nuestras cosas encuentran un soporte y un criterio del cual tenemos urgente necesidad»5.


3. Santidad y evangelización

La tarea evangelizadora (vocación universal a la misión) se encuentra íntimamente relacionada con la santidad de vida del cristiano (vocación universal a la santidad en la Iglesia), de modo tal que la una depende de la otra. La fecundidad apostólica es fruto de una amistad íntima con Cristo, de la participación de su Espíritu, de la unión a sus mismos sentimientos (Flp. 2, 5), que supone amar a todas las almas. «Todos estamos igualmente llamados a la santidad. No hay cristianos de segunda categoría, obligados a poner en práctica sólo una versión rebajada del Evangelio: todos hemos recibido el mismo Bautismo y, si bien existe una amplia diversidad de carismas y de situaciones humanas, uno mismo es el Espíritu que distribuye los dones divinos, una misma la fe, una misma la esperanza, una la caridad»6.

Juan Pablo II escribió con profunda sabiduría que el verdadero misionero es el santo (RM, 90). La nueva evangelización presupone el anhelo de santidad y la entrada efectiva del cristiano por caminos de santidad de vida. Revivir en el mundo de hoy la epopeya evangelizadora que caracterizó las primeras comunidades cristianas es posible si en la base se encuentra el dinamismo de la santidad personal. Así se expresaba Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte (6 de enero de 2001), al concluir el Gran Jubileo del año 2000: «Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección» (31).

Conviene subrayar aquí la especial importancia y necesidad que reviste en la Iglesia y en la sociedad la acción apostólica de los fieles laicos, porque su existencia transcurre en medio de las circunstancias de la vida cotidiana (trabajo, estudio, relaciones familiares y sociales, deporte, sana diversión, etc.), que están llamados a santificar. De este modo, el apostolado de los fieles laicos puede alcanzar aquellos ambientes de vida a los que sólo ellos pueden llegar (LG, 33). Refiriéndose al papel de los fieles laicos de llevar el testimonio de Cristo al mundo entero, Benedicto XVI decía en el Discurso inaugural de la V Conferencia General, de Aparecida: «Muchos de vosotros pertenecéis a movimientos eclesiales, en los que podemos ver signos de la multiforme presencia y acción santificadora del Espíritu Santo en la Iglesia y en la sociedad actual. Estáis llamados a llevar al mundo el testimonio de Jesucristo y a ser fermento del amor de Dios en la sociedad»7.

En el Mensaje para la Jornada Misionera Mundial de 2007, Benedicto XVI recuerda que «la primera y prioritaria contribución que estamos llamados a ofrecer a la acción misionera de la Iglesia, es la oración». Y a los jóvenes del mundo entero, en preparación de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (2008), les escribe: «La fecundidad apostólica y misionera no es el resultado principalmente de programas y métodos pastorales sabiamente elaborados y “eficientes”, sino el fruto de la oración comunitaria incesante»8.

Desde esta perspectiva, la oración hace eficaz todos los esfuerzos evangelizadores. A la oración es necesario unir también el sacrificio, valorando el sentido sobrenatural de todo sufrimiento físico o moral aceptado y ofrecido a Dios con amor, así como las pequeñas o grandes contrariedades que inevitablemente comporta la existencia humana.

La santidad y la evangelización presuponen a su vez la formación en la doctrina cristiana. En este sentido, los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades se presentan como auténticos ámbitos de formación en la fe, cada uno de ellos dotado de una pedagogía propia, de la que se benefician tanto los miembros como sus amigos y simpatizantes que se acercan a las diversas actividades que promueven estas realidades eclesiales. Benedicto XVI apela continuamente en su magisterio al estudio del Catecismo de la Iglesia Católica y al Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, como instrumentos insustituibles para la formación de los fieles.


4. Carismas en la Iglesia para un nuevo anuncio del Evangelio

Es bien sabido que el luminoso pontificado de Juan Pablo II se distinguió, entre muchos aspectos, por la valorización de las diversas manifestaciones del Espíritu, como un elemento esencial de la vida de la Iglesia. Un ejemplo notorio es la relación que Juan Pablo II mantuvo con los diversos Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades, así como con otras nuevas realidades en la Iglesia, considerándolos corrientes relevantes de renovación eclesial que contribuyen a la nueva evangelización de los hombres y las mujeres en el mundo actual. Al inicio del tercer milenio, Juan Pablo II escribía: «He repetido muchas veces en estos años la llamada a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: “¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1 Co 9,16)»9.

Juan Pablo II calificó a los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades como dones preciosos distribuidos por el Espíritu Santo, que son motivo de esperanza para la Iglesia y la entera humanidad. El Papa acogió y valoró estas nuevas realidades eclesiales, las presentó a los Pastores de la Iglesia y las invitó a difundirse en las Iglesias particulares con humildad y sentido de comunión eclesial.

¿Cuál es la razón de esta actitud? La respuesta la podemos encontrar en las palabras que Juan Pablo II dirigió a los participantes al inolvidable encuentro con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades, que tuvo lugar la tarde del sábado 30 de mayo de 1998, Vigilia de Pentecostés, en la Plaza de San Pedro: «En nuestro mundo, frecuentemente dominado por una cultura secularizada que fomenta y propone modelos de vida sin Dios, la fe de muchos es puesta a dura prueba y no pocas veces sofocada y apagada. Se siente, entonces, con urgencia la necesidad de un anuncio fuerte y de una sólida y profunda formación cristiana. ¡Cuánta necesidad existe hoy de personalidades cristianas maduras, conscientes de su identidad bautismal, de su vocación y misión en la Iglesia y en el mundo! ¡Cuánta necesidad de comunidades cristianas vivas! Y aquí entran los movimientos y las nuevas comunidades eclesiales: son la respuesta, suscitada por el Espíritu Santo, a este dramático desafío del fin del milenio. Vosotros sois esta respuesta providencial» (7)10.

Unido idealmente al de 1998, fue asimismo memorable el encuentro de Benedicto XVI con los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades, celebrado también en la Plaza de San Pedro el sábado 3 de junio de 2006, durante las primeras Vísperas de la solemnidad de Pentecostés. La decisión de Benedicto XVI de convocar a los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades constituye un signo de continuidad con el magisterio de Juan Pablo II. La relación de Benedicto XVI con estas nuevas realidades eclesiales es antigua, como él mismo ha manifestado en más de una ocasión. El Papa las considera irrupciones del Espíritu Santo en la historia de la Iglesia, que renuevan la estructura misma de la Iglesia, convirtiéndose en lugares de fe, en las que los jóvenes y los adultos experimentan un modelo de vida en la fe como una oportunidad para la vida de hoy.

Estas son las grandes líneas guía que el Papa entregó a los asistentes al acto: «El Espíritu Santo, a través del cual Dios viene a nosotros, nos trae vida y libertad [...] Los Movimientos han nacido precisamente de la sed de la vida verdadera [y] quieren y deben ser escuelas de libertad, de esta libertad verdadera, [la] libertad de los hijos de Dios [...] Participad en la edificación del único cuerpo [...] Queridos amigos, os pido que seáis, aún más, mucho más, colaboradores en el ministerio apostólico universal del Papa, abriendo las puertas a Cristo»11.

Leemos en el Catecismo de la Iglesia Católica: «Extraordinarios o sencillos y humildes, los carismas son gracias del Espíritu Santo, que tienen directa o indirectamente una utilidad eclesial; los carismas están ordenados a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las necesidades del mundo» (n. 799). Un carisma, por tanto, es una gracia especial (gratia gratis data) diversa de la gracia santificante (gratia gratum faciens), que el Espíritu Santo derrama no sólo para la santificación de un fiel, sino para el bien de toda la comunidad eclesial.

Resulta interesante constatar que Santo Tomás de Aquino no utiliza el término “carisma”; como equivalente usa la expresión gratia gratis data, que es la gracia mediante la cual un hombre ayuda a otro a volver a Dios. Esta gracia no se concede para la santificación de la persona que la recibe, sino para cooperar a la santificación ajena12.

Juan Pablo II señaló en la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles laici que «los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del Espíritu, y sean ejercidos en plena conformidad con los auténticos impulsos del Espíritu» (ChL, n. 24).

Corresponde a la autoridad eclesiástica el deber de examinar la autenticidad de los carismas, así como garantizar su uso ordenado en la Iglesia13. Esta acción de la autoridad se puede denominar discernimiento, acompañamiento, etc. La tarea de la autoridad eclesiástica respecto a los carismas incluye también el grave deber de «no apagar el Espíritu» (1 Ts 5, 12-13).

Después del Concilio Vaticano II, e incluso antes, se ha escrito mucho acerca de la relación entre carisma e institución, es decir, la jerarquía, en la Iglesia. Algunos autores han puesto de relieve una presunta incompatibilidad entre ambos, aduciendo que la espontaneidad del Pueblo de Dios prevalece a la institución, la cual tiende a oprimir la acción del Espíritu en la Iglesia14.

Gérard Philips (1899-1972), teólogo belga que participó activamente en el último concilio ecuménico, escribió: «Los servicios jerárquicos y los dones puramente carismáticos se completan recíprocamente. Cuando el ejercicio del ministerio se aleja demasiado del Espíritu, se asoman amenazantes la rigidez y la esterilidad. Cuando el carisma se revuelve contra la autoridad estamos al borde del abismo, donde reina el desorden, el iluminismo y la confusión»15. Por su parte, el Cardenal Ratzinger evidenció que la contraposición dualística entre la dimensión carismática y la dimensión institucional describe de modo insuficiente la realidad misma de la Iglesia16.

Carisma e institución en la Iglesia no se contraponen, sino que se complementan recíprocamente a lo largo de la historia de la salvación. Juan Pablo II se dirigió a los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades el 30 de mayo de 1998 afirmando que la dimensión carismática y la dimensión institucional son co-esenciales a la constitución misma de la Iglesia y «concurren, aunque de manera diversa, a su vida, a su renovación y a la santificación del pueblo de Dios»17.

Como conclusión de este apartado, me parece oportuno citar aquí las palabras pronunciadas por el actual Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos durante el primer congreso de los Movimientos Eclesiales y de las Nuevas Comunidades de América Latina, celebrado en Bogotá en marzo de 2006: «Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades son portadores de un precioso potencial evangelizador, del que la Iglesia tiene urgente necesidad, hoy. Representan una riqueza aún no conocida ni valorizada plenamente»18.


5. La eclesialidad de los Movimientos Eclesiales y las Nuevas Comunidades

Uno de los frutos de la eclesiología y, más concretamente, de la teología del laicado del Concilio Vaticano II es, sin duda, utilizando la expresión de Juan Pablo II, la «nueva época asociativa de los fieles laicos» (ChL, 29), a la que estamos asistiendo. El Espíritu Santo está avivando la vida de la Iglesia con la aparición de nuevas formas de apostolado, muchas de ellas susceptibles de ser configuradas canónicamente como asociaciones de fieles. En vista de este florecimiento asociativo, Juan Pablo II precisó cinco criterios de eclesialidad para las asociaciones laicales en el n. 30 de la Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles Laici, con el fin de que pudieran servir de guía tanto a los Pastores de la Iglesia en su tarea de discernimiento de estas realidades eclesiales, como a los responsables y miembros de las asociaciones. Estos criterios de eclesialidad son los siguientes:

1º) La primacía de la vocación cristiana a la santidad. Las asociaciones de fieles están llamadas a ser instrumentos al servicio de la santidad en la Iglesia, vocación que todos los cristianos hemos recibido con el sacramento del Bautismo y que el Concilio Vaticano II ha recordado en modo solemne (LG, cap. V), siguiendo las enseñanzas de Jesucristo: «Sed perfectos como mi padre celestial es perfecto» (Mt 5, 48)19. Hace pocos días, recordando las enseñanzas de San Gregorio de Nisa durante la catequesis sobre los Padres Apostólicos, Benedicto XVI afirmaba precisamente que «la plena realización del hombre consiste en la santidad, en una vida vivida en el encuentro con Dios, que de este modo llega a ser luminosa también para los demás, también para el mundo»20.

2º) La responsabilidad de confesar la fe católica. Los miembros de las asociaciones de fieles deben acoger y proclamar la verdad sobre la Iglesia y sobre el hombre, en obediencia al magisterio de la Iglesia, que la interpreta auténticamente21.

3º) El testimonio de una comunión firme y convencida con el Romano Pontífice y con los Obispos, que se manifiesta en la disponibilidad para acoger sus enseñanzas doctrinales y sus orientaciones pastorales y exige el reconocimiento de la legítima pluralidad de formas asociativas en la Iglesia, así como la disponibilidad para la colaboración en todos los ámbitos de la vida eclesial.

4º) La conformidad y la participación en el fin apostólico de la Iglesia, es decir, la evangelización y la santificación de la humanidad, tarea fundamental de la Iglesia, a la que los miembros de las asociaciones de fieles están llamados a participar activamente, con espíritu misionero.

5º) El compromiso de una presencia en la sociedad humana, con el fin de crear unas condiciones más justas y fraternas en la sociedad. Esta misión compete especialmente a los fieles laicos, quienes, debido a la índole secular de su vocación específica en la Iglesia, están llamados a «buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales» (LG, 31).


6. Conclusión: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20)

El Mensaje de la V Conferencia General a los Pueblos de América Latina y del Caribe convoca a todos los fieles a una gran misión continental. Para realizar este cometido se requiere esperanza, llena también de optimismo humano, que encuentra su fundamento en la seguridad de que Dios nos es cercano en todo momento y nos acompaña en nuestro caminar. Jesucristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él es el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros» y quiere que vayamos por el mundo, enseñando el Evangelio a toda criatura.

Teniendo en cuenta que Hogares Nuevos - Obra de Cristo es un movimiento eclesial que está al servicio de las familias cristianas, me parece oportuno terminar con unas palabras de la Homilía pronunciada por Benedicto XVI en la Santa Misa con motivo del V Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, el 9 de julio de 2006: «La familia cristiana —padre, madre e hijos— está llamada, pues, a cumplir los objetivos señalados no como algo impuesto desde fuera, sino como un don de la gracia del sacramento del matrimonio infundida en los esposos. Si estos permanecen abiertos al Espíritu y piden su ayuda, él no dejará de comunicarles el amor de Dios Padre manifestado y encarnado en Cristo. La presencia del Espíritu ayudará a los esposos a no perder de vista la fuente y medida de su amor y entrega, y a colaborar con él para reflejarlo y encarnarlo en todas las dimensiones de su vida. El Espíritu suscitará asimismo en ellos el anhelo del encuentro definitivo con Cristo en la casa de su Padre y Padre nuestro»22.



Roma, 17 de septiembre de 2007




1 Cfr. D. TETTAMANZI (a cura di), L’Esortazione sulla famiglia «Familiaris consortio», Milano 1982, p. 5.
2 El Documento Conclusivo puede consultarse en la página web http://www.celam.org (visitada el 29 de agosto de 2007).
3 BENEDICTO XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia, Aparecida, n. 3, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 25-V-2007, p. 9.
4 Célebre expresión del jurista holandés Hugo Grocio (1583-1645), según el cual el derecho natural sería igualmente válido aunque Dios no existiera.
5 J. RATZINGER, L´Europa di Benedetto nella crisi delle culture, Siena 2005, p. 63. [La traducción es nuestra].
6 SAN JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, Madrid 1973, n. 134.
7 BENEDICTO XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia, Aparecida, n. 5, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 25-V-2007, p. 11.
8 ID., Mensaje del Santo Padre a los jóvenes del mundo con ocasión de la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (2008), 4.
9 JUAN PABLO II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 40.
10 ID., Discurso, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 5-VI-1998, p. 14.
11 BENEDICTO XVI, Homilía, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 9-VI-2006, p. 6.
12 Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, S. Th., I-II, q. 111, a. 1, c.
13 Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Christifideles laici, 24.
14 Durante el segundo milenio cristiano surgieron errores basados en una comprensión equivocada de la relación entre carisma e institución, como el joaquinismo o espiritualismo, de una parte, y el clericalismo, de otra. Para un estudio particular sobre esta cuestión, cfr. D.L. SCHINDLER, Istituzione e carisma, en PONTIFICIUM CONSILIUM PRO LAICIS, en I movimenti nella Chiesa, Ciudad del Vaticano 1998, pp. 67-76.
15 G. PHILIPS, La Chiesa e il suo mistero. Storia, testo e commento della Costituzione «Lumen gentium», Milano 1993, p. 162. [La traducción es nuestra].
16 J. RATZINGER, I movimenti ecclesiali e la loro collocazione teologica, en Nuovi irruzioni dello Spirito. I movimenti nella Chiesa, Cinisello Balsamo 2006, pp. 16-21.
17 JUAN PABLO II, Discurso, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 5-VI-1998, p. 14.
18 S. RYŁKO, Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades: respuesta del Espíritu Santo a los desafíos de la evangelización, hoy, en la página web http://www.celam.org/ (visitada el 29 de agosto de 2007). Cfr. Documento de Aparecida, 311-313.
19 Cfr. también Lv 11, 44-45 («Porque yo soy el Señor, vuestro Dios: santificaos y sed santos, porque yo soy santo [...] Habéis de ser santos, porque yo soy santo»); 19, 2 («Sed santos, porque Yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo); 22, 32 («Yo soy el Señor, que os santifico»); 1 Ts 4, 3 («Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación»).
20 BENEDICTO XVI, «L’Osservatore Romano», 30-VIII-2007, p. 4. [La traducción es nuestra].
21 El n. 437/a del Documento de Aparecida sugiere a la pastoral familiar implicar a los movimientos y asociaciones matrimoniales y familiares a favor de las familias, con el fin de tutelar y apoyar la familia.
22 BENEDICTO XVI, Homilía, «L’Osservatore Romano». Edición en lengua española, 14-VII-2006, p. 13.